12 noviembre 2008 |
La pedofilia en el banquillo |
Por mucho que el cine y los telediarios hayan encallecido nuestra sensibilidad, hay hechos y comportamientos que nos siguen soliviantando hasta resultarnos intolerables. Uno es la pederastia, que a la repugnancia que produce añade la inocencia e indefensión de la víctima. Nadie objetará más que su laxitud a la pena de cuatro años impuesta al joven vallisoletano que descargó y compartió imágenes de pornografía infantil. No obstante, para juzgar a las personas conviene suspender la sensibilidad, que es un derivado de nuestra educación, no incurrir en la pereza de dar cosas por supuestas y cuestionárselo todo. Todo, incluso si el consumo de pornografía infantil debe considerarse delito. Por supuesto, lo es, y merece un duro castigo, obligar a un niño a mantener una relación sexual que éste no disfruta ni está en condiciones de consentir, mucho más si le provoca dolor físico o daños psíquicos. En definitiva, un acto de pederastia es una violación. Ni más ni menos, pues tan inocente e indefensa es la chica de 25 años a la que abordan en un descampado como el niño de 5 en manos del pedófilo. Pero quien se limita a ver pornografía infantil no ha violado a nadie. Se aduce que es la demanda de tales imágenes la que incita a alguien a grabarlas, y que por eso el espectador es un cómplice necesario. Pero lo mismo puede decirse del drogadicto respecto del narcotraficante, del cliente de un prostíbulo respecto del proxeneta y de toda la gente que compra ropa china fabricada por menores que trabajan de sol a sol. ¿Desde cuándo se juzga a alguien por consumir el producto del delito de otro a quien ni siquiera conoce? Aunque nos horrorice pensarlo y casi parezca lo único que no puede decirse en democracia, un pedófilo es un tipo cuyas apetencias sexuales, que a nadie compete tachar de aberrantes o patológicas (¿en base a qué criterio?), no tienen satisfacción posible. La habrían encontrado en Grecia y Roma, quizás contra la voluntad del efebo, pero en la era de los derechos humanos, como es lógico, no van a caber en ninguna ampliación de las orientaciones socialmente admitidas. Sin embargo, la necesaria protección de los niños y el castigo a los culpables de abusos no deben hacernos obviar que la pedofilia tiene que ser un dolor punzante, una eterna castración, una tragedia humana de la que nadie se apiada. Canalizarla hacia el voyeurismo, como hacen tantos obsesos del sexo con el sucedáneo de las revistas o las películas porno, es lo menos dañino que pueden hacer y lo más que les podemos exigir.
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Referencias y contextualización La Audiencia de Valladolid condenó a cuatro años de cárcel al joven vallisoletano R. T. H., por descargarse y difundir imágenes de pornografía infantil. La noticia puede leerse aquí. |
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