5 noviembre 2008 |
Plural mayestático |
Es curioso el despecho que embarga a los monárquicos cuando los reyes, los príncipes o lo infantos se saltan los patrones de conducta que tienen asignados. En lugar de ver lo absurdo de la institución, proclaman rotundamente su vigencia, pero se cobran un vengativo ajuste de cuentas por la prebenda que les ha caído en gracia a sus titulares exigiéndoles unas contraprestaciones inhumanas, como no poder casarse con quien quieran ni expresar públicamente sus ideas. El resto de la población, con franca y comprensible llaneza, aprueba las opiniones de un miembro de la familia real si coinciden con las suyas, mientras el PP y el PSOE llevan tan lejos su cinismo cara a la galería que hasta puede darse el caso de que las valoren en relación inversa a su sintonía. Pero la reacción más fascinante es, sin duda, la de los monárquicos de hoy, a quienes, para que los reyes sigan parasitando los impuestos de todos, les vale con que aquéllos mantengan un carácter etéreo y aséptico, simbólico y decorativo. Cuanto más superflua y desdibujada sea su personalidad, más justificado estará su papel y más honradamente se ganarán el sueldo. Cualquier devoto de la monarquía debería reverenciar las señas de identidad históricas que han caracterizado a la institución; esto es, el absolutismo, la jefatura militar, la suntuosidad, su origen divino, hasta sus propiedades taumatúrgicas. Pero hete aquí que la perversión de las ideas, impúdicas meretrices de la coyuntura histórica que les toque sobrevivir, ha terminado haciendo de los monárquicos unos enamorados del reinar sin gobernar, el arbitraje hipotético que nunca se ejerce y la imagen paternal y populista del rey. Comprendo y comparto la lógica de quienes estos días han argumentado que la Reina pierde la libertad de expresión desde el momento en que el Estado asigna un presupuesto a la Casa Real. Pero la verdad es que no me sale de dentro ni reprochar a la Reina que haya publicado sus opiniones ni que éstas me importen. Lo irritante de la monarquía es su existencia: que sus representantes hablen es un detalle muy secundario. Para mí, las ideas de Doña Sofía no son más que las de un particular; en concreto, las de un particular cargado de inercias y prejuicios aprendidos que no ha tenido capacidad o voluntad de someter a juicio crítico. Matrimonio sólo heterosexual, la vida como obligación del hombre, la elección de Obama como un gran avance social por el hecho de ser negro... Carecen de interés, pero sólo pueden conllevar alguna gravedad para quien crea que, por ser de su Reina, nos incumbe o abarca a todos. A quienes no tenemos el oído acostumbrado al plural mayestático no pueden otra cosa que darnos igual.
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Referencias y contextualización La filtración de algunas supuestas opiniones de la Reina Sofía recogidas en el libro La Reina, muy de cerca, de la periodista Pilar Urbano, había generado una gran polémica en toda España acerca de si los monarcas han de ser ideológicamente neutrales o no. Curiosamente, aunque las declaraciones más polémicas de la Reina criticaban que a las uniones homosexuales se las llamara matrimonio y se mostraban radicalmente en contra de la eutanasia, el portavoz del PP, Esteban González Pons, reprendió a la soberana por abandonar la neutralidad y el PSOE valoró la gran labor de Doña Sofía. |
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