25 julio 2001 |
La razón de ser de la cárcel |
Hace cinco meses, cuando se anunció que se había desvelado el mapa genético humano, escribí un artículo que trataba de refutar la tesis de que el hombre sea libre por el mero hecho de que sólo tenga 30.000 genes. Reduciendo a una frase la que desde hace años es mi convicción más estabilizada y la menos compartida por la gente, lo que determinaría al hombre es que, en cada decisión, siempre hay una opción que se le aparece como la más beneficiosa, en función de un criterio que, de acuerdo con el aprendizaje anterior y las circunstancias del instante de la tesitura, el sujeto considera el más adecuado para su elección. Nadie escoge que tal o cual opción le parezca más beneficiosa; simplemente una se lo parece, y la toma. Y así siempre, en todas y cada una de las decisiones de la vida, en base a criterios y circunstancias que van sucediéndose a través de nuestra existencia. Una de las primeras convenciones que habría que desechar si negáramos la libertad sería la del mérito y la culpa. Y otra, subsidiaria, la legitimidad del castigo. Es decir, ¿estaría anulada la razón de ser de la cárcel? No del todo. Siempre queda el objetivo mediocre e injusto pero totalmente necesario de, mediante la disuasión a priori o el arresto a posteriori, proteger la seguridad de la mayoría. ¿Se consigue tal fin en el caso de José Luis Campos, que se detallaba en estas páginas antes de ayer? No, claro que no. Es impensable que un drogadicto rehabilitado, con mujer, hija, trabajo y situación encauzada, pueda volver a constituir un peligro público. Y condenarlo por el robo de una tarjeta de crédito hace once años sólo puede aspirar a disuadir a aquéllos que estén tratando de rehacer su vida. ¿Se conseguiría si se implantara la cadena perpetua y otras medidas de presión para los etarras, como sugiere en su carta del domingo ese habitual ponente de ideas impecables que es Severino Morán? Depende. Sí en el caso de que se prevea que el preso va a volver a atentar (algo que todavía no se ha documentado nunca). Pero no como disuasión, porque la disuasión de treinta años es igual que la de cien o la del riesgo de que te estalle tu propia bomba. Y por lo visto no basta para enterrar el odio victimista de un ser humano que siente que eso que los demás llaman fanatismo también ha sido en su vida una sucesión de lo que una vez le parecieron, y quizá le parecen todavía, las opciones más beneficiosas.
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Referencias y contextualización José Luis Campos, drogadicto rehabilitado, casado y padre de familia, fue sorprendido con una condena de dos años de prisión cuando salió la sentencia del juicio por el robo de una tarjeta de crédito, que cometió en 1990. Severino Morán, un lector que frecuentemente participaba en Diario de Valladolid con sus cartas al director, publicó el 22 de julio una en la que defendía la cadena perpetua para los terroristas de ETA. De acuerdo con un informe de la Policía recién publicado, ninguno de los etarras que habían cumplido una larga condena en prisión se había vuelto a incorporar a algún comando al salir de la cárcel, aunque la mayoría de ellos sí que regresaba al entorno abertzale y eran recibidos con gran pompa como héroes y mártires de la causa. El artículo al que se alude en el primer párrafo y que trata de refutar el concepto de libertad individual es "Sobre el determinismo".
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