24 septiembre 2003
Las bengalas del Titanic
 

De verdad que no lo sabía. A Dios pongo por testigo de que, cuando en la versión local de Apocalypse Now del otro miércoles situé en el Museo de la Ciencia el improvisado escenario donde las conejitas del Playboy aterrizan para levantar la moral de la tropa, aún no tenía noticia de que el recinto fuera a acoger la exposición del Titanic, ni de que Leonardo di Caprio estuviera en el lote.

Pero así va a ser, dicen. Como regalo de Navidad, Valladolid se dispone a recibir este año la cara de pan gallego del joven mazapán de Hollywood, que visitará la ciudad en calidad de máximo estandarte de una tragedia que por supuesto no vivió, y que ya encierra en sí misma suficiente intensidad épica como para que tenga que ser suplantada por el estúpido flashback de la viejecita que rememora a su amor perdido en la deslavazada película de James Cameron.

Siempre es la misma historia. Si llega el 22 de noviembre y hay que recordar el asesinato de Kennedy, el Telediario ilustra la noticia con unos reconfortantes planos del careto de Kevin Costner haciendo del fiscal Garrison en JFK; si se exhuma un manuscrito inédito de Shakespeare, la imagen reveladora será la del bardo inglés in love interpretado por John Madden. Para personificar ahora el más subyugante desastre marítimo de todos los tiempos, los representantes de “Centenario Titanic 2012” nos quieren endosar a Leonardo di Caprio. Por favor, no seamos pardillos.

El hundimiento del Titanic es una de esas masacres que trascienden el ámbito moral y humano y se convierten en obras de arte, como dijo Stockhausen del 11-S. El viaje inaugural, el optimismo altivo de la Belle Époque resplandeciendo en la presunción de que “Ni Dios podría hundirme” grabada en el buque, el afán del capitán Smith por batir el récord de velocidad en la travesía del Atlántico, el paisaje de hielo, la fatalidad de la rajadura en canal (la única que podía hacer inútiles los compartimentos estancos del casco), el radiotelegrafista del California que no vio el S.O.S., la insuficiencia de botes salvavidas, la diferencia de clases, la banda que no dejaba de tocar… Todos los ingredientes necesarios para forjar la leyenda que siempre fue. Siempre: antes y después de 1997.

Entonces, ¿para qué ensuciar el cielo del invierno con absurdas bengalas de colores? El Titanic se pasó la noche de autos lanzándolas desde cubierta para llamar la atención... y ya sabemos cómo acabó.


 

Referencias y contextualización

Para las próximas Navidades, el Ayuntamiento de Valladolid acababa de anunciar una gran exposición sobre el Titanic que se alojaría en el Museo de la Ciencia. La empresa organizadora "Centenario Titanic 2012", había ofrecido además llevar a la ciudad al actor Leonardo di Caprio, protagonista de la oscarizada película sobre el hundimiento que dirigió James Cameron en 1997, y que se construye sobre la mirada retrospectiva de una anciana que recuerda cómo perdió a su amor (di Caprio) en el desastre.

El compositor y director de orquesta Karl-Heinz Stockhausen afirmó en las semanas siguientes al 11-S que el atentado, en sí, había sido una obra de arte.

 

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