11 abril 2001 |
Lectura de Miércoles Santo |
“¿Qué quieres hacer ahora entre los que duermen? En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra?”. Él respondió: “Yo amo a los hombres. Lo que les llevo a los hombres es un regalo. Soy un anunciador del rayo. Y, a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ése voy a abrumarle el corazón con mi felicidad”. “Lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso. Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores y flechas del anhelo hacia la otra orilla. Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado, pues quiere perecer a causa de los hombres del presente. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo, y por ello perece”. “Cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa, y alma es tan sólo una palabra para designar algo en el cuerpo. Estos ingratos se imaginaron estar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra. De su miseria querían escapar, y las estrellas les parecían demasiado lejanas. ¡Entonces se inventaron sus caminos furtivos y sus pequeños brebajes de sangre! ¡No supieron amar a su dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz! ¡Ay, ha habido siempre tanta virtud que se ha perdido volando! Vuestro espíritu y vuestra virtud sirvan al sentido de la tierra, hermanos míos: ¡y el valor de todas las cosas sea establecido de nuevo por vosotros! ¡Por eso debéis ser creadores! Pero ya no sois capaces de crear por encima de vosotros mismos. Esto es cobardía, aunque se llame virtud; esto es mediocridad, aunque se llame moderación”. “Quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal, en verdad, ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores. En torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo. Valorar es crear, ¡oídlo, creadores! Fuego de amor arde en los nombres de todas las virtudes. En verdad, los hombres se han dado a sí mismos todo su bien y todo su mal. No los tomaron de otra parte, no los encontraron, éstos no cayeron sobre ellos como una voz del cielo. Lo que es creído por el pueblo como bueno y malo me revela a mí una vieja voluntad de poder. Y sois demasiado limpios para la suciedad de estas palabras: venganza, castigo, recompensa, retribución”. “Por todas partes resuena la voz de quienes predican la muerte. Yo no creería más que en un dios que supiese bailar”. Así hablaba Zaratustra.
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Referencias y contextualización Este artículo está íntegramente compuesto de frases salteadas de Así hablaba Zaratustra, de Friedrich W. Nietzsche, según la traducción española de Andrés Sánchez Pascual para Alianza Editorial. |
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