4 abril 2001
Todo para el pueblo...
 

La premisa tácita del reformismo de los ilustrados (y un siglo después de los regeneracionistas, que a fin de cuentas no eran más que ilustrados a destiempo) suponía que era posible pensar por el pueblo, discernir lo que le convenía y legislar en consecuencia. Los recelos iniciales serían el resultado de una mentalidad conservadora, pero susceptible de ser transformada a medio plazo y terminar deviniendo en adhesión incondicional.

El que los proyectos de revolución desde arriba hayan fracasado por utópicos, por la contaminación de sus ideales o por las coyunturas no invalida la tesis de que se pueden teledirigir las mentalidades colectivas desde los resortes del poder. Hay muchas formas de poder y muchos ejemplos aplicables: desde las concentraciones de la Plaza de Oriente hasta cualquiera de las modas consumistas en las que una nueva oferta genera una nueva necesidad y tira de la demanda.

Ése es el mecanismo en el que radican las posibilidades de éxito del Vallanoche. Siempre que sus responsables no sean tan tímidos que descarten de antemano la pretensión de llevar a los pabellones a mil personas, que es una advertencia que suena a justificación del fracaso por anticipado y desde luego no concuerda con el objetivo de inculcar un patrón de ocio alternativo en la gente.

La noche regada de alcohol no es un modo de vida; es un punto de encuentro entre chicos y chicas, una coartada, la que está institucionalizada hoy día. No es imprescindible. Y, aunque no lo parezca, hay mucho hastío en su interior. Sin embargo, erigir una alternativa viable requiere que ésta conserve la razón de ser de la primera. Necesita un reclamo de verdad, un golpe ambicioso; por ejemplo, un macroconcierto sin alcohol que atraiga a tanta gente que las convocatorias sucesivas sean vistas como un lugar de reunión digno de tener en cuenta. Si se quieren cambiar las cosas, claro, lo primero que hace falta es un presupuesto serio.

La cuestión subsiguiente es si realmente hace falta cambiarlas. Si es competencia del poder público enfrentarse sin que nadie se lo pida a la falta de imaginación de un colectivo concreto que, para propiciar la función vital más antigua del mundo, asume por inercia una práctica que se ha encontrado impuesta, ni más placentera ni más perniciosa que cualquier otro de los patrones de sociabilidad a los que sin apenas darse cuenta llega un día la Historia.

 

 

Referencias y contextualización

Vallanoche era una campaña municipal (también en marcha en otras ciudades con distintos nombres) para ofrecer a los jóvenes una alternativa de ocio a las noches de borrachera en las discotecas. Proponían cursos de baile, de cocina, de bricolaje, actividades acuáticas o gimnástias, etc. Sin embargo, sus responsables ya habían advertido de que no aspiraban a atraer a mil personas a los pabellones en que se organizaba el Vallanoche

 

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