12 febrero 2003
Los dos mundos
 

Intento en vano diseñarme una posición propia ante las perspectivas bélicas. Trabar una reflexión idiosincrática, un decantado personal de voces y testimonios; ofrecer una columna que no me haga sonrojar por mi flagrante incapacidad de aportar algo nuevo. Busco desesperadamente el término medio, los matices, los puntos de roce opinables; no por afán de consenso, equidistancia, pluralismo, independencia o palabrotas de ésas, sino por la simple certeza de que todo el mundo tiene sus motivos y todos los motivos son igual de motivos. Inútil, no sé distanciarme; mi fracaso me susurra la vieja imagen de las dos Españas.

También debe de haber dos mundos. Casi dos especies humanas, que traspasan países, culturas, ideologías, creencias y grupos sociales; dos mitades que se enfrentan a las cosas con dos esquemas mentales opuestos, irreconciliables; dos subconjuntos que se perfilan nítidos y rotundos hasta hacer parecer impertinentes las obvias objeciones de maniqueísmo y simpleza.

A un lado están, por ejemplo, los que consideran su deber utilizar el micrófono que el azar les ha concedido; al otro, los que se preocupan de si tal o cual foros no eran los adecuados, los que sólo saben ver un circo y recuerdan las subvenciones de las que viven los que luego se visten de rebeldes, los que arguyen que hay otras cosas de las que los primeros no se dignaron hablar. De una parte están los que esgrimen como premisas que los americanos también nos ayudan contra ETA, que son nuestros aliados, que en el 44 liberaron Europa y en el 91 se les apoyó en bloque; de la otra, los que contestan que eso no tiene nada que ver y que los EE.UU. ahora sólo buscan dejar el petróleo en manos seguras, dar de comer a la industria armamentística y eternizar la neurosis que legitima la política de Bush.

A un lado están los que ven Estados, dictadores, piezas de ajedrez, realpolitik; al otro los que ven simplemente gente. Unos piensan en términos de armisticio, doce años de desacato e intervención legal; otros, en términos de paz, doce años de embargo y presunción de inocencia. Unos hablan de juegos que se acaban, otros de tragedias que empiezan. Unos registran cuántos miles de muertos, a otros les duelen las vidas cercenadas una por una.

Dos lenguajes. Sólo dos, e incompatibles. Cada uno de ellos llama indispensable lo que el otro define como irrelevante y accesorio. Bien pensado, ésos son los dos bandos que deberíamos ir a la guerra.


 

Referencias y contextualización

La inminente guerra que los Estados Unidos iban a desencadenar contra Irak polarizó de forma radical la opinión pública vallisoletana, española y mundial. En España, el colectivo de actores y directores de cine convirtió la ceremonia de entrega de los Premios Goya en un alegato antibelicista; otros sectores y creadores de opinión les acusaron de utilizar para la proclama política un escaparate que debía ser aséptico y les acusaron de atribuirse el papel de héroes de la resistencia contra el Gobierno cuando a la vez están cobrando sustanciosas subvenciones públicas, y de no haberse mostrado nunca tan beligerantes contra ETA (una banda de ideología marxista) como lo eran ahora contra la política norteamericana que había apoyado inequívocamente el Gobierno de José María Aznar.

Éstos últimos, en su defensa de los Estados Unidos, recordaban que este país había liberado a Europa y en especial a Francia (contraria a la guerra) de la tiranía nazi, precisamente con una intervención militar y no escudándose en la inanidad pacifista de los que en su día fraguaron el appeasement hacia Hitler. Y argumentaban que la invasión era legal porque el final de la guerra de 1991 (sobre la que había habido un consenso internacional) había sido un armisticio, no una paz definitiva, y estaba condicionado a que el dictador Sadam Hussein cumpliera con las condiciones de desarme que se le habían impuesto (el Gobierno norteamericano aseguraba que Irak había desarrollado un programa de creación de armas de destrucción masiva). Decían además que Sadam Hussein era un dictador sin escrúpulos, y, ya dentro del ultimátum que le dieron para que dejara de jugar al gato y al ratón con los inspectores de la ONU y dimitiera de su cargo, el presidente George Bush declaró literalmente que "el juego se había acabado".

A todo ello, los opositores a la guerra replicaban que desde 1991 Estados Unidos no había hecho nada por derrocarle, y había preferido someter a la población a un duro embargo que incluía productos de primera necesidad. Éstos últimos sostenían además que la existencia de armas de destrucción masiva no estaba ni mucho menos comprobada (de hecho, en esta línea se pronunciaron los inspectores de la ONU y, después de la invasión, la victoria y el relativo control de Irak por las tropas norteamericanas, parece que el tiempo les ha dado la razón).

 

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