11 julio 2007
Los padres adoctrinan mucho más que el Estado
 

No soy en absoluto partidario de que los escolares pierdan dos horas a la semana en una maría que, en vez de engrosar su bagaje cultural o prepararlos para enfrentarse un día al mercado laboral, les enseñe una obviedad sintetizable en una frase como que hay que respetar a todas las personas, o les transmita como verdades universales las convenciones de la cosmovisión que tenemos aquí y ahora. Pero todavía me parece menos justificado el canto al derecho de los padres a que se forme moralmente a sus hijos de acuerdo a sus propias convicciones, argumento predilecto de los enemigos de Educación para la Ciudadanía en la cruzada que antes de ayer bendijo en Burgos el presidente de la Conferencia Episcopal.

En primer lugar, ese derecho, bastante cuestionable pero ciertamente recogido en el artículo 27.3 de la Constitución, queda garantizado por la asignatura de Religión, optativa como corresponde a lo que no es sino una opción personal de algunos padres. Lo que ya no pueden pretender éstos es que los contenidos que se imparten en ella no sean contradichos por otras materias del currículo. De lo contrario, habría que eliminar a Darwin del temario de Ciencias, a Marx del de Historia, a Nietzsche del de Filosofía y, en Geografía, el PP se quedaría sin razones para objetar que, en las ikastolas, se hable de la existencia de Euskal Herria siguiendo la voluntad mayoritaria de los padres que matriculan allí a sus retoños.

En lo que afecta a Educación para la Ciudadanía, a nadie se le ocurre criticar que el respeto a todos los individuos conculca las creencias de los padres machistas o racistas. Y, sin embargo, sus detractores se sienten plenamente autorizados para proclamar que el que se presente la orientación homosexual como una opcion tan válida como la heterosexual constituye un adoctrinamiento intolerable del Estado.

Por mucho que pinten al Estado como un ente poderoso con voluntad propia, éste, en las democracias, es una estructura de puestos que ocupan sucesivamente personas de distinta ideología, cuya hipotética intencionalidad se vería además ponderada por los contrapesos de los diferentes textos, centros y profesores que van a enseñar Educación para la Ciudadanía. Su adoctrinamiento, si lo hubiera, sería obviamente mucho menos totalitario que el que los padres, ahora erigidos en heroicos adalides de la libertad, realizan en la impunidad del hogar, sin filtros ni competencia alguna, sobre unos niños indefensos frente a todos los prejuicios y falsedades que les venga en gana inculcarles.

 

 

Referencias y contextualización

El lunes 9, el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Blázquez, ratificó en Burgos la posición que habían venido manteniendo los obispos en contra de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía creada por el Gobierno socialista, a la que acusaban, junto al PP y a la derecha mediática y sociológica, de invadir el ámbito de la formación moral, que corresponde a los padres, y pretender inculcar a los alumnos una doctrina laica.

Éstos y otros argumentos se sostienen con más detalle en "Sobre la libertad educativa de los padres y por qué el fundamentalismo laico no existe".

 

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