12 julio 2000
Los Primeros Días
 

“Uno muere y arde sin haber oído nunca el evangelio de la reconciliación; a otro se le envía el mensaje de la salvación, lo escucha y se abraza a él, y es nombrado heredero de la vida eterna. ¿Será uno partícipe de la gloria y el otro enviado a la perdición sin remedio? Una idea así es peor que el ateísmo”.

Son las inapelables palabras del profeta Joseph Smith, bajo cuya égida los mormones derrochan paciencia y cortesía en los archivos de Valladolid, microfilmando miles de documentos, rescatando millones de identidades perdidas en el tiempo a las que redimir por delegación, a las que bautizar en rebeldía. Gracias a la misión encomendada a sus descendientes, todos los difuntos dispondrán antes del día del Juicio de una posibilidad para decir que sí o que no al mensaje divino. Igualdad de oportunidades. El ideal de justicia del hombre proyectado en un mundo lejano para no verse refutado por la lógica tiránica del azar que un día quiso enseñorearse de éste.

Es inevitable contemplar con un prurito de admiración y nostalgia la tarea ingente que se ha echado a la espalda la Iglesia de Salt Lake City, para la que el propio Smith auguró un plazo prudencial de nada menos que dos mil años. Debe de ser porque detrás de nuestro pragmatismo tecnocrático late todavía la misma veneración que los Santos de los Últimos Días profesan a los primeros, la misma idealización de un paraíso primigenio perdido, la misma autorrepresentación como el jalón postrero de una larga travesía, la misma filiación a una herencia milenaria al principio de la cuál nuestra esencia individual estaba ya prefigurada. Lo único que hacen los mormones es personalizar lo que los católicos generalizamos como “nuestras raíces”, o simplemente como “Dios”, otorgando una trascendencia y una justificación al valor que para ellos tiene la familia. Con otro tipo de genealogía por bandera, Nietzsche aventuró hace un siglo que en el sentimiento de deuda que subyace en la veneración a los antepasados está precisamente el origen de los dioses.

En tanto se descubre el secreto de la inmortalidad en el fondo de un cromosoma, el hombre no se resignará a aceptar su estatus de mero milagro químico; a renunciar a la feliz noción de un alma a la que se encargó pilotar un cuerpo, pero que fue pensada antes de los Primeros Días y, por tanto, tendrá derecho a permanecer junto a sus difuntos más allá de los últimos.

 

 

Referencias y contextualización

Un reportaje publicado en Diario de Valladolid daba cuenta del rastreo de sus árboles genealógicos por parte de los mormones de la provincia. La identificación de sus antepasados no mormones permitiría a éstos convertirse a tiempo antes del Juicio Final.

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal