3 noviembre 2004 |
Más allá de las palabras |
Jamás imaginé que, el miércoles posterior a una edición de ese lujo que para Valladolid es la Seminci, no escribiría sobre cine sino sobre teatro. Pero es que el sábado, por ese otro lujo incomprensiblemente menos reconocido que es la Sala Ambigú para esta ciudad, pasó la Familie Flöz. Después de los inolvidables Ristorante Inmortale y La familia Flöz sale a la superficie, Javier Martínez se trajo Teatro Delusio, el tercer montaje de la compañía alemana, que volvió a impresionar el verano pasado en el Festival de Edinburgo. Es una pretensión incauta hablar de la Familie Flöz. Uno puede pasarse el rato que quiera perorando, aumentando gradualmente el tono de sus elogios, suplicando a las musas que le envíen una definición o un calificativo nunca inventados, que siempre se quedará con la impresión de que, una vez agotado el caudal de su verborrea, aún le falta un paso más para describirles. Para expresar el mayor de nuestros despechos sólo podemos recurrir a la blasfemia, y para dar salida al entusiasmo y al agradecimiento incontenibles que nos inspira la genialidad artística, únicamente tenemos a mano las palabras, racionales o viscerales como esos “¡Bravo!” que revolotearon por la atmósfera de Ambigú cuando el público sintió que la larga ovación tributada a los actores no devolvía apenas nada. Pero la Familie Flöz, por tercera vez, se situó más allá de las palabras, en el terreno inaccesible a las formas, justo donde comienza la felicidad. Ya no es la sensibilidad y la sutileza con que escenifican los anhelos de unos camareros o unos tramoyistas. Ni los desternillantes trucos circenses con los que pueden ser engullidos por la cuna de un bebé caníbal y sin solución de continuidad convertirse sin que los espectadores adivinen cómo en el niño satisfecho boca arriba. Ni siquiera es el milagro sobrehumano de que tres actores se basten para encarnar al milímetro tal cantidad de caracteres, cada uno con su máscara, su vestuario, sus tics gestuales y su personalidad, a un ritmo trepidante pero perfectamente medido hasta en los silencios. Es que, después de verles, uno se pregunta si hay algo en el mundo que no pueda ser expresado con una máscara rígida (genialmente elaborada pero rígida), exclusivamente a base de un prodigio de lenguaje corporal y matices de iluminación. Más allá de las palabras, tampoco soy capaz de imaginarme qué más se puede hacer sobre un escenario.
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Referencias y contextualización El sábado 30 de octubre, víspera de la finalización de la 49 edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (familiarmente conocida como "la Seminci"), la compañía alemana de teatro Familie Flöz representó en la Sala Ambigú de la capital vallisoletana su montaje Teatro Delusio. En años precedentes, y también en esta sala de teatro alternativo a cargo de cuya programación está Javier Martínez, Familie Flöz había puesto en escena Ristorante Inmortale y La familia Flöz sale a la superficie. La seña de identidad de este grupo, dirigido por Michael Vogel, es que los actores Paco González, Björn Leese y Hajo Schüler interpretan a sus personajes cubiertos por las máscaras diseñadas por éste último. A los recursos mímicos que requiere cualquier obra muda se añaden así las limitaciones de unos rostros fijos, cuya inalterabilidad se ve genialmente compensada por la expresividad del lenguaje corporal de los actores, la música y unos cuidadísimos juegos de iluminación que, proyectados sobre las máscaras, dan a veces la sensación de que éstas adquieren vida y movilidad propias. El primero de los montajes que llevaron a Valladolid, Ristorante Inmortale, representaba los sueños de los camareros de un restaurante muy poco frecuentado; Teatro Delusio contrapone e interrelaciona a los tramoyistas de un teatro con los músicos, divas y bailarines. La antológica escena del bebé caníbal pertenece a La familia Flöz sale a la superficie. |
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