21 junio 2006
Nación, esencia e Historia
 

El sábado me quedé doblemente estupefacto al leer en la tribuna libre de Juan Donoso Valdivieso que “España es la única nación y no ninguno de sus territorios, pues sólo ella tiene sustantividad propia con independencia de la voluntad de los ciudadanos que la defiendan”, y, acto seguido, que esa sustantividad intocable que trasciende a los propios españoles se fundamenta en que “el legado de tantas generaciones impide que una sola pueda decidir” su futuro. Primero, porque es un tanto incongruente basar la realidad de un concepto en una supuesta “sustantividad”, que por definición es estática o atemporal, y a la vez en un desarrollo histórico en continuo movimiento. En una verdad colectiva independiente de los individuos que la componen y a la vez en los individuos que presuntamente la han ido formando a través de los siglos. Y, segundo, porque si nos acogemos a este último criterio, no podemos pretender detener la evolución cuando a nosotros nos plazca.

Las apelaciones a la esencia y la Historia no son exclusivas a Juan Donoso, sino comunes a los paladines de todas las naciones, que desde luego no admitirían eso de que sólo España puede esgrimirlas. Pero, aparte de contradictorias entre sí, son falsas cada una de ellas por separado.

La esencia se deduce (¿qué otra cosa podría hacerse con algo tan etéreo?) de una serie de supuestos atributos como la raza, la lengua, la comunidad y la cultura. Y, sin embargo, 1) la raza carece de apoyatura creíble tras siglos de mestizaje; 2) hay decenas de países que comparten lengua, cientos de pueblos con idioma propio que ni siquiera conciben la idea de nación y comunidades bilingües en las que, siendo consecuentes con este criterio, habría que bifurcar a los habitantes y distinguir dos naciones; 3) la comunidad es un universo variopinto de personas con distintos niveles de renta, cultura e intereses, la mayoría de las cuales ni siquiera se conocen y entre las cuales sólo con imaginación y una buena dosis de voluntad podría trazarse algún tipo de vínculo, y 4) los antropólogos definen la cultura a partir de la mentalidad, el comportamiento cotidiano y los instrumentos que emplea un grupo humano (la llamada cultura material). Y hete aquí que, hoy en día, todos tenemos el mismo tipo de ropa, coches, electrodomésticos, televisión e Internet; salimos por las noches, celebramos comidas de trabajo, viajamos haciendo turismo, nos reunimos en familia en Navidad; compartimos una concepción del individuo, del éxito, del sexo, de la música, de la razón. ¿Alguien me define rasgo a rasgo una cultura nacional en la Europa urbana que no sea simple y exclusivamente occidental?

En cuanto a la continuidad histórica, habría que preguntarse: ¿de verdad somos lo que somos en herencia de lo que fueron nuestros antepasados? ¿De cuántos de ellos? ¿Casualmente sólo de los que vivían justo aquí? Los nacionalistas creen necesario justificar el mito de sus desvelos en lo que llaman una Historia común. Pero, para narrar una tradición lineal que ha llegado hasta nuestros días, no un simple relato de sucesos que ocurrieron en el mismo suelo, es imprescindible someter a una buena poda a los hechos, que, toscos e insensibles que son, no tienen por costumbre encajar armónicamente en nuestras hermosas construcciones poéticas. Sólo una vez liberados de los acontecimientos inoportunos, los que insinúan que no siempre existió una entidad uniforme, que se pudo haber desembocado en otras muchas cosas distintas y que la unidad y el destino los fueron cincelando los azares más insignificantes y la extirpación de las posibilidades derrotadas, podemos enhebrar artificialmente los que quedan en una magnífica hilazón con nombre propio. A esta actividad es a lo que se le suele llamar Historia de la nación.

 

 

Referencias y contextualización

El artículo al que responde esta columna se titulaba "¿Dónde vas, España?", y lo publicó Juan Donoso Valdivieso el sábado 17 de junio en El Mundo-Diario de Valladolid.

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal