28 junio 2006 |
Homenaje al infortunio |
Si yo hubiera tenido la desgracia de ser una víctima del terrorismo, estoy convencido de que me sentaría a cuerno que me hicieran homenajes y me dedicaran monumentos o nombres de calles por un revés del destino y no por un mérito mío. Me resultaría muy incómodo oír a los políticos y los periodistas hacerme la pelota, o tributarme ese respeto reverencial que inspira la gente que ha sufrido, o atribuir el atentado a mi defensa de la libertad y la democracia. Sabría de sobra que mi familiar o yo, a menos que hubiéramos ignorado una amenaza previa y seguido en nuestra posición, no habíamos sido sino un representante cualquiera de uno de esos gremios que el esquema mental reduccionista y oligofrénico de los etarras considera esbirro del Estado opresor. O bien tuvimos la mala suerte de pasar por allí en el momento equivocado. Desde luego, me rebelaría violentamente contra esas palmaditas en la espalda, condescendientes y paternales, con las que la gente, sin tener ni puta idea de nada, tranquilizaría su conciencia llamándome referente moral o ejemplo de dignidad por el mero hecho de tirar palante, ensalzando como mi mayor logro en la vida una opción que no sería más que el mal menor entre seguir existiendo y pegarme un tiro. Si yo fuera una víctima del terrorismo, es posible, aunque no seguro, que me sintiera reconfortado con las tesis del PP, que me negara a validar cualquier diálogo o medida de gracia con los terroristas, que proclamara que lo único importante del conflicto vasco ha sido mi dolor, y que defendiera mi verdad subjetiva y directamente implicada recordando que a Newton no se le replica: “Claro, tú dices eso porque se te cayó una manzana encima”. Sin embargo, encontraría insultante el apoyo incondicional de quienes me dieran voz, voto y razón por el mero hecho de ser una víctima, o afimaran que la sociedad está en deuda conmigo y tiene que recordarme, resarcirme y “dar sentido a mi sufrimiento” aun a costa de las vidas que no han sido segadas todavía. Si yo fuera una víctima del terrorismo, más que apoyo o consuelo que nadie podría proporcionarme, pediría a mis conciudadanos y a mis políticos que me juzgaran, a mí y a mis argumentos, independientemente de mi situación, que me apreciaran pero fuera igual de concebible la posibilidad de detestarme, que estuvieran de acuerdo conmigo pero también pudieran no estarlo. Que me vieran como algo más que una víctima y no me trataran como si fuera idiota rindiendo homenaje a un infortunio que maldita la gracia que me hace.
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Referencias y contextualización La Junta de Castilla y León acababa de anunciar que instaría a todos los ayuntamientos y diputaciones provinciales de la comunidad a rendir homenaje a las víctimas del terrorismo nacidas en su jurisdicción, dedicándoles algún monumento o el nombre de una calle. Las razones que se manejaban para justificar esta iniciativa eran los habituales en toda España de que las víctimas habían sufrido por defender nuestra libertad y nuestra democracia, y son un referente moral para todos. El presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Francisco José Alcaraz, muy crítico con la negociación del Gobierno con ETA, saludó la idea recordando que la tesis principal de la organización que preside era que "la sociedad está en deuda con las víctimas y mantenerlas en el recuerdo es no olvidarlas y no dejar sin sentido todo el sufrimiento que han pasado". Sobre el papel de las víctimas del terrorismo en la negociación del Gobierno con ETA, se puede leer "Las víctimas de mañana" o, de forma más extensa, en "Las víctimas, el ojo del huracán", publicado en Periodista Digital.
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