20 diciembre 2000
Navidad, gris Navidad
 

El otro día me di una vuelta por Vallsur. Testigo, cómplice, partícipe de la marabunta humana que salía de una tienda para zambullirse en la siguiente como asesinos indiscriminados en busca de una víctima cualquiera, me acordé de repente de aquella genial camiseta pacifista que preguntaba: “¿Te imaginas que hubiera una guerra y no fuéramos nadie?”. La extrapolación revoloteaba resplandeciente como un vestido de Nochevieja: “¿Te imaginas que hubiera una Navidad y no fuéramos nadie?”.

No insistiré en aquello de la pérdida del sentido cristiano de las fiestas, aunque sea/porque es una obviedad. A fin de cuentas, la inmensa mayoría de los signos señeros de la Navidad tienen origen pagano. Los árboles perennes decorados eran símbolo de la vida eterna para los antiguos egipcios, chinos y hebreos, y los escandinavos los utilizaban para ahuyentar al diablo en Año Nuevo. El intercambio de regalos lo tomaron los cristianos de las Saturnales romanas del 17 de diciembre. Y la fecha se debe a que los cronógrafos del siglo III identificaban la concepción de Jesús (re-creación del mundo) con la clásica idea pagana de la regeneración natural de cada equinoccio de primavera, y, una vez sumados los nueve meses de rigor, asimilaron la celebración del culto al Sol Invicto, que tenía lugar el 25.

No. A lo que voy es a que las Navidades de los adultos desprenden cada vez más el agobiante aroma de lo innecesario. Las comilonas familiares son una exageración y los regalos un trámite y un agujero en el bolsillo. La lotería comporta la humillación anual de pedirle porque sí una limosnita al azar, el corpus de villancicos es un cinismo sin la inclusión de la Internacional y las bombillas horteras de la calle sólo inspiran deseos de volver a casa a coger la carabina.

Lo aceptamos todo. En enero maldeciremos gastos y nos preguntaremos si han merecido la pena. Nuestra respuesta volverá a ser que, al fin y al cabo, es una vez al año y es la tradición. Tradición. El receptáculo de todas las lealtades gratuitas, la excusa perfecta para la anulación del individuo. Por estas fechas se me multiplican las ganas de rogar a la gente que pruebe a romper con sus inercias, a cenar un huevo frito en Nochebuena y regalarse un beso por Reyes. A ser solamente ellos mismos. Por si necesitan otras onomásticas, estos días se agota el centenario de la muerte de Nietzsche. Y todavía no hemos aprendido nada.

 

 

Referencias y contextualización

Vallsur es una gran superficie de locales comerciales de todo tipo, ubicado en la salida meridional de la capital vallisoletana.

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal