13 junio 2001
Nomenclátor
 

Leo que estos días resurge el espinoso tema de los nombres de las calles de nuestros pueblos y ciudades, signos indelebles de la presencia de un pasado peor; y yo, siempre deseoso de contribuir a la total democratización de nuestro nomenclátor y a su adaptación a las necesidades del nuevo milenio, propongo que se considere la conveniencia de enmendar las intitulaciones de otro puñado de calles de Valladolid que incitan indudablemente al conflicto y la exclusión.

Por orden cronológico, quizá deberíamos empezar por revisar nombres como los de Conde Ansúrez, Don Sancho o el Paseo del Cid, que, además de a matar moros, se emplearon a fondo en las guerras civiles que casi quebrantan antes de empezar la unidad de destino en lo universal de los reinos de Castilla y León. También, cómo no, los de Templarios, Navas de Tolosa, Alfonso X, María de Molina o Enrique IV, hasta culminar con Fernando V e Isabel la Católica, felizmente desposados en la Avenida de los Reyes Católicos. ¿Puede uno negar que todos ellos tienen resonancias de violencia y confrontación entre etnias, reinos, grupos sociales e incluso facciones de una misma clase, que ya es confrontar?

Pero es obvio que no podemos detenernos ahí. ¿Qué mayores símbolos del racismo que calles como Doce de Octubre o Ultramar, Hernán Cortés o Ponce de León, Ifni o Plaza de Cuba? Ello sin olvidar Felipe II, Paseo de Farnesio o Juan de Austria, San Quintín, Lepanto o Trafalgar, todas groseras amenazas al proceso de construcción europea. O incluso Comunidades o Comuneros de Castilla, por aludir a una violación del orden establecido en nombre de unos intereses de clase, que es lo que fue la Guerra Civil.

Más cerca de nuestros días, no convendría dejar de lado nombres como Independencia, Dos de Mayo o Bailén, Duque de la Victoria o Cánovas del Castillo, que recuerdan la persecución de un gran número de españoles en virtud de sus ideas. Y llegamos así a Manuel Azaña y Ernesto Che Guevara, tampoco inocentes de la brutalidad revolucionaria. ¿Me asegura alguien que siquiera el Paseo de Juan Carlos I está totalmente limpio de sangre?

¿O todos o ninguno? Pues no sé. Pero me cuesta distinguir entre los buenos, los malos y mis simpatías personales; entre la honestidad y la demagogia; entre la conveniencia de elegir los símbolos que van a estar a la vista de los ciudadanos y el anacronismo de un criterio presentista, basado en la verdad política del momento en que vivimos.

 

 

Referencias y contextualización

Esta semana, el grupo socialista del Ayuntamiento de Valladolid volvió a plantear la supuesta necesidad de cambiar los nombres de las calles de la ciudad que mantuvieran alguna connotación franquista.

La "unidad de destino en lo universal" es la que, según Francisco Franco, unía a todos los pueblos de España.

 

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