20 junio 2001 |
Un conflicto tribal |
La tribu de los vascones celebraba un día de fiesta. En realidad, una fiesta para honrar a los antepasados. Habían transcurrido muchos siglos desde la Edad del Cobre, y los ritos de reverencia a los ancestros, ahora circunscritos a la esfera de la vida privada, ya no requerían la construcción de imponentes monumentos megalíticos que de paso sirvieran para marcar territorio y estrechar los lazos del grupo. Sin embargo, a pesar de que todas las tribus compartían dios, bebidas isotónicas y crónicas marcianas, todavía existía un legado exclusivo de cada una, un privilegio que los antepasados fosilizados en el tótem habían hecho llegar grácil e impoluto a través de los años a su pueblo elegido: la lengua madre. Ésta hacía las veces de nuevo megalito y justificaba la identidad colectiva, la modificación de las fronteras y hasta algún partido de fútbol amañado sin maletín por medio. Los vascones eran una tribu muy celosa de su megalito, y, como si no tuvieran otro sitio en sus legendarias montañas, se montaron la fiesta en un extraño parche de terreno que los caprichos de la Historia habían colocado en manos de la vecina tribu de los vacceos. El jefe de los vascones insistía en que iban en son de paz y sin ganas de meter ruido, pero los otros replicaron que a ellos no se la daban, que vale que a los niños de los ilergetes les fueran a hacer aprender en la escuela una canción que en su origen reclamaba sangre vaccea, pero que de aspiraciones ilícitas sobre el territorio aquel nada de nada. Y es que los vacceos, por su parte, eran una tribu bastante celosa de su terrenito. Argüían que hacía nada menos que 900 años que figuraba bajo su jurisdicción, sin entrar a considerar que hacía 970 ellos mismos estaban bajo la de los vascones ni, sobre todo, que también habían pasado unos cuantos desde que se derogaron los derechos feudales sobre los descendientes. El jefe de los vascones recalcó que a nadie podía hacerle daño un evento cultural. El jefe de los vacceos precisó que él siempre había respetado la cultura vascona. Pero ni éste asistió a la apología de la lengua vascona, ni aquél cuatro meses después a la de la lengua vaccea. El único enriquecimiento cultural que conocían las tribus era el de embeberse en lo que, por ser propio, estaba ya cubierto con la polvorienta capa de la rutina cotidiana. Dios Mío. ¿Pero es que no nos vamos a hacer mayores nunca?
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Referencias y contextualización Los grandes monumentos megalíticos son el rasgo arquitectónico más característico de la Europa de la Edad del Cobre; en ellos se enterraba al antepasado venerado por la tribu, servían de elemento cohesionador y además marcaban el territorio para avisar a cualquier tribu extraña que se acercara al territorio. Crónicas marcianas, uno de los programas de televisión más vistos en toda España, vivía por entonces el apogeo de su primera temporada en antena. Las bebidas isotónicas como Isostar, Gatorade o Aquarius también habían conquistado desde los Estados Unidos el mercado nacional. En la última jornada de la Liga de fútbol 2000-2001, el Alavés se salvó del descenso gracias a una sospechosa victoria en la última jornada sobre el Athlétic de Bilbao. Los vacceos son un antiguo pueblo ibero que vivía en el actual territorio de Castilla y León. Los ilergetes, otro que ocupaba la Cataluña de hoy día. Pocos días antes de la publicación de este artículo, había causado gran conmoción la noticia de que en los colegios catalanes los niños tendrían que aprender Els Segadors, la conocida canción popular conmemorativa de la revuelta de 1640 contra el conde-duque de Olivares, que en su forma original reclamaba sangre castellana. El condado de Treviño es un enclave políticamente dependiente de la provincia de Burgos desde hace 900 años, pero geográficamente inserto dentro del territorio de Álava. Su anexión a esta última provincia es una de las reivindicaciones tradicionales del nacionalismo vasco, y allí celebró esta semana el PNV la tradicional fiesta anual del euskera. El lehendakari Juan José Ibarretxe aseguró que se trataba de un evento exclusivamente cultural y que no pretendía provocar a nadie, pero la iniciativa no sentó nada bien en la Junta de Castilla y León ni en la opinión pública de la región. El presidente Juan Vicente Herrera recordó que él siempre había respetado la cultura vasca. A comienzos del siglo XI, Castilla y León eran provincias del amplio territorio controlado por el rey de Navarra Sancho III el Mayor. En octubre, se iba a celebrar en Valladolid el Congreso Mundial de la Lengua Castellana, al cual, previsiblemente, no iba a acudir Ibarretxe, como tampoco Herrera a la apología de la lengua vasca en Treviño.
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