3 enero 2001
Orden de prioridades
 

Por más que estos días se oigan las voces que aún reclaman el espíritu que se le supone a la Natividad del Señor, aunque uno tenga ocasión de leer en estas páginas sugerentes artículos al respecto o la noticia de la marcha convocada para recordar a los desfavorecidos, si voy de columnista laico no puedo relacionar Navidad y caridad en base a otro criterio que no sea la rima consonante. Sería incongruente que le pidiera a la Iglesia que predicara con el ejemplo, que se deshiciera de tanto lujo superfluo en beneficio de los humildes, un espíritu descreído que sólo la entiende como una institución privada más, libre y desvinculada como otra cualquiera.

Prefiero verlo como la tarea pendiente del siglo que convencionalmente damos por empezado. La tarea de la Humanidad, esto es, el objetivo primordial de todas las políticas que desarrollen sus gobernantes, a escala local, regional, nacional y mundial. Porque ya es hora. Es un disparate que durante tantos años de Derechos Humanos hayamos aceptado como natural y legítimo que existan pobres y ricos. Tanto cacareo de libertad política, de igualdad jurídica, mientras obviamos la que sabemos que determina todas las vidas: la libertad de acción, la igualdad de oportunidades que otorga el desahogo económico de cada ciudadano.

La caridad no puede depender de los arrebatos de los individuos, que no son duraderos ni suficientes. Contra lo que decía el sábado Zenón Garci´Alonso, yo no creo que los gestos espontáneos de los vallisoletanos de a pie sean cualitativamente superiores a las galas de los megapijos felices de la tele, porque lo que cuenta no es la catadura moral de la dádiva sino sus efectos. La caridad se ha de reglamentar y maximizar a través de la fiscalidad y la redistribución de la renta. No puede ser voluntaria porque nadie tiene derecho a decidir si le apetece reparar una injusticia. Y este fin importa más que los museos, la sede de las Cortes y las infraestructuras. Más que cualquier otro. Nos digan lo que nos digan. Es orden de prioridades.

Conviene el déficit cero. El intervencionismo ralentiza la economía. La subvención al gasóleo estimularía la demanda y la subida de precios. Las limosnas favorecerían la falta de competitividad. El crecimiento acabará revirtiendo en todos... Y, mientras esperamos, se van quemando vidas que podrían haber sido mejores y nunca tendrán oportunidad de repetirse.

 

 

Referencias y contextualización

Zenón Garci'Alonso es un colaborador habitual de Diario de Valladolid, aunque no con una periodicidad constante. La semana anterior había publicado un extenso artículo en el que relacionaba la Navidad con la caridad, y elogiaba el gesto de esos vallisoletanos que hacen un esfuerzo económico por los necesitados en estas u otras fechas. En su opinión, el mérito de estas limosnas era mayor que el de las galas benéficas organizadas por las televisiones, con gran cantidad de actuaciones musicales, por más que éstas lograran una mayor recaudación.

Por estas fechas, la Junta de Castilla y León contemplaba destinar partidas excepcionales del Presupuesto a los museos de arte contemporáneo de Valladolid y León, a ciertas infraestructuras y a la construcción de una nueva sede para las Cortes que sustitituyera al castillo de Fuensaldaña.

El Gobierno nacional del PP asumía como propios algunos de los principales principios del liberalismo económico, como el objetivo del déficit cero en las cuentas públicas y la renuncia a intervenir en el libre mercado. También acababa de negarse a subvencionar el gasóleo utilizado por los vehículos de los transportistas, para no favorecer la inflación.

 

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