20 julio 2005
Orientalismo, esencialismo, teocracia
 

 

Edward Said debería haber vivido unos años más para recordarles a ciertos periodistas la tesis de su clásico Orientalismo, en el que demostraba cómo Occidente, históricamente, ha descrito por su cuenta y riesgo la cultura oriental como un todo monolítico, inmutable, exótico y bárbaro, con el fin de apropiarse especularmente del paradigma de la individualidad y la racionalidad. Hemos llegado a suponer que los orientales, sometidos a la poderosa influencia de su entorno, carecen de rasgos sofisticados como el cálculo estratégico, las singularidades personales y la capacidad de evolucionar.

Pues bien, difícilmente se le habría podido ocurrir a Said una mejor corroboración de su pensamiento que la idea que los pensadores de la derecha española se han formado y vienen transmitiendo de los terroristas de Londres. A juicio de aquéllos, los islamistas son unos salvajes fanáticos de “la cultura de la muerte”, envidiosos de nuestro progreso y bienestar. Sus atrocidades nos obligan a defendernos replanteando por completo nuestra política de inmigración en vez de caer en el “relativismo” de Zapatero, que simpatiza con el islam cruel y machista mientras persigue al catolicismo pacífico e integrador, y se empeña en no percibir la irreconciliabilidad de los frentes y la total superioridad de Occidente.

No es de extrañar que los popes liberales, que en España también son conservadores y católicos, incurran en el mismo esencialismo maniqueo que dicen combatir en los integristas; esa mentalidad es precisamente la que caracteriza a las ideologías teocráticas. Vinculando inmigración y terrorismo islámico, presuponen que la única identidad que define a los musulmanes que vienen a España es la esencial e inalterable que les confiere su cultura, negándoles así, no sólo la presunción de inocencia, sino la condición misma de individuos. Si se piensa bien, es lo mismo que están haciendo con los homosexuales: primero se define al colectivo como de natural promiscuo y a continuación se pasa por el tamiz a todos los individuos y se les niega el derecho a la adopción. A ningún otro colectivo se le somete a este criterio, porque se supone que convivimos con individuos y no con miembros autómatas de un grupo, pero, puestos a aplicar la ley de la probabilidad con coherencia, habría que estudiar detenidamente a ver si también un determinado nivel de renta, unas lecturas, experiencias o amistades concretas o la pertenencia a un signo del zodiaco conllevan un riesgo superior de que el sujeto en cuestión quebrante la unidad familiar o se convierta en terrorista suicida.

Tampoco es raro que, inmersos en esa mentalidad esencialista que los hace absolutamente impermeables a la comprensión filosófica, los conservadores españoles ignoren que, si la superioridad de Occidente sobre el islam se puede argumentar de alguna manera, es desde el criterio racional del "relativismo" laico. Es decir, no porque Occidente posea una mayor cantidad de verdad, lo cual, como diría Karl Popper (éste sí, verdadero liberal), es indemostrable, sino porque, al haber desmontado la teocracia (por más que se resistan las manifestaciones familiares y los privilegios eclesiásticos que la derecha apoya de vez en cuando), se fundamenta en una menor cantidad de mentira. Así que la derecha española no debería tener miedo a volverse relativista como Zapatero. Esa adscripción jamás la llevará a simpatizar con los prejuicios teocráticos que discriminan a la mujer en el islam, y en cambio sí a librarse de los dogmas idénticos en los que se basa el catolicismo para discriminar a los gays.

 

 

Referencias y contextualización

El filósofo británico de origen austríaco Karl Popper (1902-1994) estableció en Lógica de la investigación científica (1934) el criterio de falsabilidad como único criterio de validez científica: los enunciados científicos son "falsables", es decir, susceptibles de ser sometidos a verificación y descartados en caso de que no la superen; sin embargo, ninguna teoría puede ser completamente demostrada. En La sociedad abierta y sus enemigos (1945), Popper apostó por la democracia liberal y criticó el marxismo.

 

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