14 noviembre 2001 |
Ósmosis teatral |
Suele ser en la Sala Ambigú donde yo, que no excedo ni por poco la categoría de profano diletante, me reconcilio con el teatro cada cierto tiempo, más breve o más prolongado según el momento en que las estrellas propicien el consejo de un amigo entendido, el relumbrón de la adaptación de un clásico que luego responda a las expectativas o alguno de los espectaculares logros rebosantes de frescura que se marcan de cuando en cuando los chicos de la Escuela de Arte Dramático o del grupo Gente de Teatro de la Universidad. Cada cierto tiempo, baja el telón dejando atrás para siempre todas las decepciones anteriores, todos los juicios apresurados que he emitido sobre la decadencia del teatro, sobre la escasez de ideas para hacer algo interesante con los medios intrínsecos a este arte, sobre la proliferación de situaciones convencionales y diálogos intrascendentes de los que sólo la ausencia de la cámara permite suponer que no han sido extraídos de una teleserie. Cada cierto tiempo, sube el telón por última vez y uno siente deseos de abrazar a aplausos a los actores que saludan, de decirles que ya les lleva dentro, que en su interior se ha sedimentado mediante un singular proceso de ósmosis la demostración de audacia y fuerza dramática que ha tenido ocasión de presenciar durante las últimas dos horas. Esta vez fue el consejo de un conocido. A mi maestro y amigo Quique Gavilán, además de otras muchas cosas más duraderas, le debo la sugerencia de ir a ver a los uruguayos de El Galpón el pasado sábado. A Cuento de hadas ni siquiera le hizo falta un guión descollante o especialmente original para merecer este artículo; en su lugar, expuso una óptima utilización de los recursos que hacen al teatro teatro. Una puesta en escena deliciosamente fluida, sobre un solo decorado, en continua progresión ascendente y llena de elipsis elegantes y sutiles, con una estrategia narrativa que se aprovecha de la precariedad escenográfica para exhibirse en todo momento como ingenio y sólo ingenio, y, por supuesto, la prodigiosa somatización que de las tres protagonistas-narradoras hacen Mariella Fierro, Graciela Escuder y Sara Larocca. Hay un tipo exclusivo de ósmosis en el que nos invaden la concisión casi conceptual de la historia bien contada y el desgarro palpable e inmediato de la representación en directo. Es entonces cuando el teatro merece la pena.
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Referencias y contextualización Ambigú en una impagable sala de teatro alternativo de Valladolid, dirigida por Javier Martínez, situada en la Plaza del Poniente. En ella se representó el sábado 10 de noviembre la obra Cuento de hadas, por la compañía uruguaya El Galpón sobre un texto ambientado en la época de las dictaduras militares en Argentina. |
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