21 noviembre 2001
Tres años en Malbicho
 

Me va a permitir mi colega de los viernes que le suplante por un día y brinde la columna de hoy al último trago. Al que me aguarda con una mueca de burla en los cubitos de hielo a las cinco de la mañana, al que me arrojo con el arrojo de un náufrago antes que aceptar la derrota y emprender el camino a casa, al que me tira los dados en la última baza de doble o nada que decido jugarle a la noche y a todas las niñas que me susurra que esconde. Al que casi siempre, desde hace tres años, me tomo en Malbicho.

Estoy tan seguro de que los potenciales clientes no leen los periódicos que no temo que nadie me vaya a acusar de hacer propaganda gratuita a mi discoteca preferida. Esto será finalmente tan infructuoso como cualquier regalo de aniversario que pueda idear un plumilla. Pero había que ser franco con el lector y confesarle que uno, después de tanta perorata semanal, a veces también es frívolo, lascivo, convencional y coquetón. Y además había que saldar cuentas. Por todas las noches de sábado que les debo, por todas las mañanas de domingo que me deben. Por los nuevos amigos, por las nuevas amigas. Por las risas, por los bailes, por el tabaco y el alcohol. Por todos los So lonely, por todos los Losing my religion. Por las horas muertas y las horas revividas. Por algunos labios besados y muchos más labios sin besar.

Pero, sobre todo, porque Malbicho es otro mundo. Algo así como el pacto casi contra natura entre calor humano y música de verdad que a horas más tempranas albergan el Viti, el Testarrosa, el Castán, el Zócalo y quizás otros bares de copas que me falten por descubrir. La única solución que ofrece la madrugada vallisoletana si uno se niega a elegir entre morirse de frío o de asco, si quiere bailar pero no bailarrrr, si es incapaz de cantar lo que no admira, si pide postres más refinados que el merengue y platos más sustanciosos que el bakalao, si siente que necesita enamorarse de zagalas que no muevan su cucu ni hagan el gorila.

Hubo un tiempo en el que me parecía que en Malbicho las chicas miraban de otra manera. Cuando se acabó la racha, llegué a la conclusión de que, más bien, lo que era es el único lugar donde podía pasar noches enteras encomendado a la música, en las que apenas importaba ya cómo miraran las chicas. Desde entonces... bueno, habrá días que sí, habrá días que no; pero, como dijo el otro, siempre nos quedará Malbicho.

 

 

Referencias y contextualización

Julio Valdeón Blanco, además de encargarse de la columna "Hoy" los viernes, tenía también un espacio semanal titulado "En el último trago", en el que cada día pasaba revista a un bar de Valladolid.

Malbicho es una discoteca no demasiado concurrida de Valladolid, situada en la calle Gamazo. La música que se pincha en ella no suele ser la convencional en estos lugares, sino que suelen primar otros estilos y grupos de más calidad. So lonely es una canción de The Police (1977) y Losing my religion otra de R. E. M. (1991). "Bailarrrrr..", "Mueve tu cucu" y "Las manos para arriba, las manos para abajo, como los gorilas" eran los estribillos de tres canciones infumables muy de moda por estas fechas.

 

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