28 junio 2000
Plantificarás las fiestas
 

Si fuera por el tercer mandamiento de las Tablas de Moisés, aquél que conminaba a los judíos a tener presente y respetar el verdadero sentido de sus fiestas, mucho me temo que ciertas personas acabarían en la hoguera. San Juan. Se repite la historia de la celebración bicéfala de Villalar.

A los líderes locales y regionales del PP les acometen de vez en cuando unos preocupantes ataques de pánico a los festejos populares. Se sienten antagonizados por las masas y, como si se reencarnara en ellos aquel senador McCarthy o cierto general de El Ferrol, empiezan a ver comunistas por todas partes y desembolsan millones para enterrar como sea el espíritu carnavalesco del que recelan. Y se traen a OBK. No quiero discutir sobre musiquilla de lata, pero, francamente, de lo que estoy seguro es de que si mi psiquiatra me dijera “Noche de San Juan” y reclamara la primera idea que me viniera a la cabeza, la que no llegaría ni a la de cien sería “Los 40 Principales”.

El Alcalde no quería estropear la playa, y se gastó mucho más de lo que habrían cobrado los más exquisitos servicios de limpieza. Defendía el derecho de los vecinos de Isabel la Católica a no ser molestados por los bongós y las dulzainas, y a cambio les montó una “macrodiscoteca” a las comunidades de sordos de Girón y Parquesol. Desplegó un contingente policial que llegó tarde a evitar la quema de las sombrillas de la playa y se marchó demasiado pronto como para impedir que, al final, varias hogueras iluminaran en la arena y en la arboleda anexa sendos corros de rostros pacíficos y cansados. La verdad es que lo del viernes sí recordó a la kale borroka; al menos, por la desconcertante estrategia que siguió nuestro particular comando de ertzainas. Preferiría no pensar que, en realidad, sólo llegaron a tiempo para llevarse una treintena de heridos a los titulares de prensa.

Al otro lado, los salvajes que se dedicaron a masacrar a pedradas el prestigio de la celebración no plantificada, ignorantes de que el primer requisito para defender algo son dos dedos de frente. Algunas juventudes de izquierda no se enteran de que sus leitmotivs apriorísticos y estereotipados sobre sistema y opresión sólo tienen sentido como banquete colectivo para reforzar los lazos de grupo y la toma de conciencia. No admiten traducción en piedras.

Mientras, en la Feria, la hoguera terminó muriendo de inanición. Como era de esperar.

 

 

Referencias y contextualización

En 2000, el alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva (PP), prohibió la celebración de la fiesta de San Juan en su ubicación tradicional, la playa de las Moreras, donde se solían reunir grupos de jóvenes para charlar, tocar música, hacer botellones y fumar. Allí se encendían las correspondientes hogueras. Las razones esgrimidas por el Ayuntamiento para tomar esta medida fueron que se iba a molestar a los vecinos de la calle Isabel la Católica, paralela al río Pisuerga, y que los desperdicios echarían a perder la labor de remodelación de la playa que se había acometido unos meses antes. A cambio, el Consistorio propuso una alternativa oficial en el Real de la Feria (próximo a los barrios de Girón y Parquesol), para la que, además de encenderse hogueras, se contrató con la emisora de música comercial Cadena 40 Principales un concierto del grupo techno OBK. Sin embargo, cientos de personas acudieron a Las Moreras a celebrar la fiesta y apedrearon a los agentes de la Policía Municipal que cargaron contra ellos, al parecer sin escudos. Javier León de la Riva comparó a los agresores con la kale borroka de las juventudes abertzales vascas.

En los últimos años, también la fiesta de la Comunidad Autónoma de Castilla y León, la que conmemora la derrota de los comuneros frente a las tropas de Carlos I el 23 de abril de 1521 en Villalar (Valladolid), se había venido celebrando en dos lugares distintos: por una parte, el Gobierno regional del PP organizaba una fiesta institucional itinerante por las capitales de provincia y, por otro, la celebración popular tenía lugar en la campa de Villalar, con un marcado ambiente izquierdista y la ausencia de los representantes del PP, que eran abucheados cuando asistían.

El senador norteamericano Joseph McCarthy encabezó en 1950 una mundialmente conocida caza de brujas impulsando el despido de todos los funcionarios sospechosos de albergar simpatía hacia el comunismo.

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