22 julio 2009 |
Por debajo del umbral de culpa |
Por lo visto, a finales del siglo pasado alguien se equivocó en Castilla y León al mezclar los ingredientes de la vacuna contra las paperas. Puede que se confundiera de matriz o jeringa. A lo mejor era su primer día en el puesto, o bien sustituía a un superior que tuvo que ausentarse momentánamente. Quizá se ofreciera voluntario, quizá se lo encargaran para curtirle. En cualquier caso, espero que no le caigan cuatro años de cárcel por algo que, a fin de cuentas, no fue más que un error. Me dirán que no se puede comparar la muerte de un bebé con que unos chicos tengan que tomarse la pequeña molestia de ponerse otra inyección. Desde luego. Pero quien formule esa objeción habrá pasado de juzgar un acto a juzgar sus consecuencias, de castigar una culpa a castigar un curso de los acontecimientos que, aunque natural y casi de necesidad, es completamente ajeno a la persona que lo desencadenó. El error, como tal, es igual de error en ambos casos, y el dolo invertido también: ninguno. Un acto donde no interviene la voluntad está por debajo del umbral de culpa y, por tanto, debería quedar exento de cualquier responsabilidad penal. La civil y sus indemnizaciones, que las asuman los seguros, que para eso están. Pero los errores, los descuidos y los olvidos no provocados directamente por la dejadez no son achacables a nadie. Aunque cueste aceptarlo (sobre todo, como es normal, a los familiares de las víctimas), lo cierto es que se parecen mucho más a los accidentes que a los delitos. Nos aterra pensar que las grandes tragedias casi nunca tienen grandes causas. Por eso algunos, a quienes la pobre enfermera se les queda pequeña como cabeza de turco, se han puesto a agitar sin pudor el fantasma del supuesto empeño del PP por privatizar la Sanidad, que, hasta donde yo sé, no pasa de externalizar servicios auxiliares para reducir unos costes ingentes. Pero tampoco: lo de Rayan se debió, simplemente, a un error, idéntico a cuando uno se equivoca de llaves o se pone dos calcetines distintos. Sólo que sin margen para enmendarlo. Así de llano, así de obtuso. Tan grave como banal. La muerte. Como la vida misma. |
Referencias y contextualización El domingo 19 se supo que la mayoría de los jóvenes de Castilla y León que tenían entre 20 y 26 años tendrían que volver a vacunarse contra las paperas, porque el medicamento que se les administró entonces no era efectivo. Esto ocurría pocos días después de la muerte de un bebé en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid porque su enfermera le administró por error leche por vía intravenosa. Rayan era además hijo de la primera víctima mortal de la gripe A en España, lo que multiplicó el impacto mediático de su fallecimiento. En el debate, algunos expresaron sus dudas sobre la eficacia de la Sanidad pública madrileña, porque trascendió que la enfermera estaba sola en el que era su primer día con nonatos, por la ausencia momentánea de quien tenía que asesorarla. Si se la condenaba por homicidio imprudente, la enfermera podría pasar hasta cuatro años en la cárcel.
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