6 agosto 2003 |
Sesgos de la evolución |
Recuerdo con cariño la primera noción que tuve de la teoría darwinista. Fue con once años y vino dispensada por mi profe de Natu, muy devoto él, que la ventiló con admirable desparpajo diciendo que el día en que viera nacer a un niño de un chimpancé empezaría a creer en el evolucionismo. Yo saludé la ocurrencia con el alborozo propio del chaval que siente a salvo sus oraciones. Cuando supe que eso de las mutaciones no era tan radical, aplaqué mis dudas en una solución salomónica que le confié a un compañero. Henchido de la solemnidad pedante de quien descubre el Mediterráneo, le expuse: “mi teoría es que Dios creó la primera célula y luego dejó que todo evolucionara”. Pero seamos indulgentes con aquel crío imbuido del paradigma que se empeña en buscarle un sentido a la Historia y reservarle un estadio del proceso a la Voluntad suprema. A fin de cuentas, eso hizo Teilhard de Chardin y también los que opinan que el cerebro fue insuflado a la especie elegida por Dios en un momento determinado de la evolución; los menciona Juan Luis Arsuaga en la entrevista concedida este domingo a El País Semanal. Arsuaga se decanta obviamente por la concepción científica, que entiende la evolución como un caos de especies que surgen y se extinguen por el azaroso criterio de la selección natural. Y es que ni siquiera está demostrado que el famoso Homo Antecessor de la Dolina no sea otro antepasado colateral, indirecto, arrumbado por la diáspora final de los Sapiens africanos hace 50.000 años. Tanta sangre inútil. Demasiada rama cortada para pensar en un sentido teleológico. Y, sin embargo, este otro paradigma no es menos arbitrario que el finalista. Se sabe que Darwin tomó sus categorías de la sociología de Herbert Spencer, en la que unas clases sociales combaten contra otras por la supervivencia, y desde entonces venimos pensando una supuesta verdad objetiva a partir de unos conceptos tan culturales que hasta fueron extraídos de otra disciplina. Como señala Arsuaga siguiendo a Thomas Kuhn, las teorías científicas no se descubren; se inventan. Ya lo intuyó hace 125 años Samuel Butler: en su fascinante novela Erewhon (inversión de “nowhere”), una corriente de sabios promueve la destrucción de las máquinas por si desarrollan inteligencia, mientras otra las interpreta como algo que ha llegado a ser consustancial al hombre y a éste le redefine taxonómicamente como un “mamífero maquinado”. Paradigmas diferentes que, sobre los mismos datos objetivos, llegan a conclusiones universales opuestas. La verdad está siempre aquí dentro.
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Referencias y contextualización "Natu" es la abreviatura coloquial con la que los niños suelen referirse a la asignatura de Ciencias Naturales. El teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (188-1955), en su afán de compatibilizar la fe cristiana con la verdad científica, aceptó la teoría evolucionista pero añadiendo que la evolución estaba orientada por Cristo como "alfa y omega" del Universo. Juan Luis Arsuaga es uno de los directores de las excavaciones en el importantísimo yacimiento de Atapuerca (Burgos). Uno de los grandes hallazgos en la llamada Trinchera Dolina es la existencia de un Homo Antecessor con restos de hasta hace un millón de años cuya morfología permite aventurar que fue antepasado tanto del Hombre de Neanderthal como del Homo Sapiens Sapiens. Sin embargo, otros paleoantropólogos mantienen la tesis clásica de que la especie definitiva surgió únicamente en África y luego se extendió por todo el planeta, eliminando por selección natural al resto de homínidos, incluido el Hombre de Neanderthal. La Teleología es la creencia en las causas finales, esto es, en que los acontecimientos son desencadenados no por un motivo previo, sino por el sentido que llevan implícito en sí mismos y se ven obligados a cumplir. La inteligencia humana, por ejemplo, habría aparecido, no por causa de una mutación natural, sino porque Dios o el Destino habían dispuesto desde el final de los tiempos que el hombre tenía que ser inteligente. Thomas Kühn (La estructura de las revoluciones científicas, 1962) defiende que el desarrollo del saber científico no obedece a un progreso acumulativo de conocimiento, sino a una sucesión discontinua de paradigmas, o conjuntos de premisas determinados por el esquema de pensamiento de cada época que conducen a verdades independientes entre sí. Samuel Butler, un novelista muy influido por el darwinismo, fabuló en Erewhon (1872) una sociedad ajena al contacto cultural con Occidente que, habiendo desarrollado las máquinas, había optado por destruirlas temiendo que, en la misma lógica evolucionista, terminaran experimentando una mutación que las hiciera superiores al hombre igual que el hombre se había hecho a los animales. Otra corriente de pensamiento de la misma sociedad, sin embargo, guiados por una concepción más lamarckiana que darwinista, interpretaba que las máquinas eran de hecho un nuevo órgano desarrollado por la propia especie humana, y definía al hombre como "mamífero maquinado". "La verdad está ahí fuera" era el subtítulo de la conocida serie de televisión Expediente X. |
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