30 julio 2003 |
Detrás de la Ley de Reproducción Asistida |
Cinco años después de que la comunidad científica internacional tomara conciencia de las posibilidades de las células madre embrionarias y veintiséis rechazos de las iniciativas del PSOE en el Congreso mediando, por fin el Gobierno del PP ha dado luz verde a la experimentación con los 200.000 embriones sobrantes de la fecundación in vitro que ya no pueden engendrar bebé alguno. Es sin duda meritorio que el PP haya antepuesto el beneficio de la sociedad a las creencias de muchos de sus afiliados y votantes, pero también es lo menos que se le puede exigir a un gobierno. Por otra parte, y aunque valga como medida para salir del paso, su planteamiento está viciado por definición. Se podrá investigar con los embriones ya existentes, pero no producir embriones con fines terapéuticos, e incluso se reducirán a tres los óvulos que tendrán derecho a fecundar las parejas que ensayen la reproducción in vitro, con el objeto de que no vuelva a haber acumulaciones como la que ha obligado a esta reforma de la Ley de Reproducción Asistida. ¿Pero es que esas acumulaciones son malas, y han de ser evitadas aun a costa de poner las cosas más difíciles y caras a dichas parejas? ¿No es intrínsecamente bueno que la medicina disponga del mayor material posible para profundizar en la más prometedora línea de investigación de nuestro tiempo? ¿Qué trata el Gobierno de compensar? Además, se prohibe la clonación con fines terapéuticos, que, por mal que nos suene la palabra, no es sino la producción artificial de un embrión con el genotipo del paciente, para extraerle igualmente las células madre. El proceso es el mismo, y evita incompatibilidades. Si se puede experimentar con los embriones almacenados, es que se reconoce que no son seres humanos (una evidencia que ya he argumentado otras veces). Pues bien, si esto es así, ¿por qué impedir que los futuros embriones sobrantes de la reproducción in vitro sean empleados en investigación, o que el número de estos embriones sea el más cuantioso posible, dejando a las parejas todas las tentativas que quieran? Más aún, ¿por qué no producirlos artificialmente con el único fin de experimentar con ellos? La postura gubernamental recuerda a la idea de que el único fin legítimo del acto sexual es la concepción, y de que factores colaterales como el amor y el placer sólo tienen sentido si vienen en el lote o si no queda otro remedio. Muy significativo.
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Referencias y contextualización El Gobierno había aprobado la reforma de la Ley de Reproducción Asistida para dar salida a los 200.000 embriones almacenados cuyo desarrollo era ya imposible y sin embargo podían ser de gran utilidad para la investigación científica con las células madre que se les pudiera extraer. Sin embargo, al mismo tiempo, el Gobierno prohibía de ahí en adelante la utilización de embriones para tal fin, así como la clonación, ya fuera con fines reproductivos como terapéuticos. Además, para evitar acumulaciones como la que había obligado a este proyecto de ley, se limitarían a tres los embriones que podrían fecundar las parejas que trataran de tener un hijo por reproducción asistida. Sobre la argumentación en contra de la supuesta naturaleza humana de los embriones, ver "Centello quiere ser un embrión", " Esa panda de ignorantes", "Ahí va una firma" o, como síntesis más lograda de estos artículos, "A los que nos llaman nazis".
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