28 abril 2004 |
Siete candados al sepulcro del
Cid |
Con el talante por delante, Zapatero llamó a Herrera y le dijo que su visita a León no pretendía oscurecer los actos oficiales de Villalar; el presidente de la Junta, otro tipo tranquilo, se mostró convencido de su sinceridad. Ante una relación tan sensata y exenta de victimismo como la que Herrera quiere con Moncloa, palidece la falacia del descuartizamiento del árbol caído que ciertos opinadores propalan desde el 14-M. ¿Dónde ven tanta saña estos agoreros de la columna o la tertulia? No será en que Zapatero haya “comprendido” que Aznar llamara a su amigo Bush. Ni en que nadie haya ridiculizado como se merece la misión heroica que se arrogó Rajoy de proteger él solito la imagen internacional de España tras la retirada de Irak. A ver si va a ser malicia la constatación general de que la pasada legislatura puso a un lado al PP y al otro al resto del Parlamento. Es curioso lo quejicas que se han vuelto los mayores apóstoles del frentismo que divide últimamente a este país. Los pensadores que razonan según una lógica bélica que habla de rendición y cobardía en Irak, aunque luego pasen a esgrimir el poco honroso argumento de que EE.UU. tomará represalias por nuestra deslealtad. Los ideólogos que ven caducar otra vez su ensueño de una España fuerte que someta a los nacionalismos en el interior y logre protagonismo en el exterior. Los líderes de opinión que, estimulados por las cifras económicas presentadas por el PP y la polarización en el País Vasco, fueron cogiendo confianza y ampliando parcelas y la emprendieron a mandobles demagógicos contra progres, pacifistas, Francia, la II República, los catalanes, el euskera, las subvenciones al cine, los inmigrantes, los parados e IU. Hemos llegado a oír
cosas que antes nadie se habría atrevido a decir porque le habrían
puesto de facha para arriba. Ésta fue su oportunidad veinte años
después. Se invistieron de espíritu crítico contra
los dogmas de la izquierda y bajo esa máscara liberal se dedicaron
a sustituirlos por otros más rancios y viscerales. Ahora, la gente
moderada de derechas se siente legitimada para emplearlos, pero, en realidad,
el liberalismo se presenta como un cuestionamiento empírico de
la inercia progresista y el conservadurismo hispano es una religión.
Los esquemas mentales que los rigen son opuestos e incompatibles. |
Referencias y contextualización La primera visita del recién investido presidente José Luis Rodríguez Zapatero fue a León, la ciudad en la que se formó políticamente. Así lo había prometido durante la campaña, pero la fecha coincidió con los eventos que la Junta de Castilla y León, con su presidente Juan Vicente Herrera (PP) a la cabeza, había organizado con motivo de la fiesta autonómica de Villalar y se quejó de que la llegada de Zapatero pretendía oscurecerlos. Éste repuso que no se había dado cuenta y telefoneó a Herrera para aclararlo, en una muestra del "nuevo talante" que pregonaba en sus primeros días de mandato. Juan Vicente Herrera declaró posteriormente que estaba seguro de que Zapatero no lo había hecho con mala intención. En las semanas posteriores a la victoria del PSOE en las elecciones generales del 14 de marzo, los opinadores más afines al PP se quejaron de un supuesto linchamiento por parte de los partidos y medios que apoyaban al nuevo Gobierno de todo lo que había significado la labor de Aznar en sus ocho años en La Moncloa. Uno de los frentes principales fue el apoyo del PP a la guerra de Irak, considerado uno de los desencadenantes principales de su derrota electoral en conexión con los atentados del 11-M. Pocos días después de la retirada de las tropas por el Gobierno socialista, José María Aznar viajó a EE. UU. para disculparse personalmente ante su amigo George Bush (Zapatero dijo que lo entendía) y el nuevo líder del partido, Mariano Rajoy, declaró que una de sus prioridades en los próximos meses sería recuperar la imagen internacional de España, a su juicio deteriorada por el repliegue militar. Echarle "siete candados al sepulcro del Cid" era uno de los lemas y desiderátum del regeneracionista Joaquín Costa; aludía a la necesidad de cortar con la rancia mitología épica de la tradición española para avanzar hacia el futuro. |
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