20 septiembre 2000
Soplando
 

Como los préstamos del FMI, la labor del Defensor del Pueblo o la intercesión de la Virgen María, uno llevaba tanto tiempo oyendo hablar de su existencia sin encontrarlos nunca que ya empezaba a considerar la posibilidad de que no fueran más que un falso mito de ésos que dicen que radiodifunde el sistema para mantenernos a raya.

Pero no. Los controles de alcoholemia existen, doy fe. Yo vi por lo menos dos: el que desde la distancia, parpadeando en azul, me aconsejó modificar el itinerario y, casi a continuación, el que amablemente me invitó a probar un agente indicando con irresistibles ademanes de azafata el carril de la derecha.

La verdad es que el policía se marcó conmigo un alarde de cortesía y paciencia. Primero, ayudándome a rescatar de un montón de documentos extraños que jamás he sacado de la guantera la libretilla grana del permiso de conducir; luego, esperando a que un pato (para nada mareado) de mi calibre descubriera cómo abrir el envase de la boquilla; por último, animando la bocanada de aire de mis súbitamente tímidos pulmones. Me preguntó qué había bebido. En mi enumeración, eran todos los que estaban, pero no sé si estaban todos los que eran. Cuando la zorra de la lucecita verde dejó de hacerse la interesante, la pantalla marcaba 0,12. Gracias a la cena, al tiempo transcurrido o a la intercesión de la Virgen, de momento no he tenido que recurrir a préstamos ni a defensores.

He oído estos días que hace falta ser cabrón para poner controles en plenas fiestas, cuando se sabe que la gente va a beber y no a todos les es posible prescindir del coche. A veces estaba de acuerdo. Pero ni siquiera las ferias son una época adecuada para morir. Y los jóvenes deberíamos hacer también un poco de autocrítica. Preguntarnos honestamente si de verdad es necesario soplar todo lo que soplamos. Si cada copa, cada cachi o cada cigarro de más no son en el fondo una inercia, una derrota personal y colectiva. Quizá el Ayuntamiento se contradiga cuando, por otro lado, subvenciona a las nada abstemias peñas, pero, ¿cuántas acusaciones de intolerancia le lloverían a Javier León si cerrara el grifo? Bastantes más de las que nosotros estamos dispuestos a aceptar por la intransigencia que de hecho destilamos hacia los derechos de los vecinos que nos ponen cortapisas a la noche.

Me gustaría saber qué artículo me habría salido si hubiera soplado más allá del 0,25.

 

 

Referencias y contextualización

Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid (PP), aumentó los controles de alcolehemia durante las fiestas patronales de San Mateo, celebradas por último año en la tercera semana de septiembre. Las peñas reciben tradicionalmente una subvención municipal de aproximadamente 6.000 euros.

0,25 era el porcentaje de alcohol en sangre a partir del cuál el conductor se hacía merecedor de multa.

 

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