13 septiembre 2000
Urbina
 

Era capaz de iniciar la clase con la querella de los iconoclastas, enlazar con las vanguardias, que también concebían el arte como expresión de una idea y no como representación de una forma, y, finalmente, dar otro giro brusco y terminar aludiendo a esas estatuas inconclusas de Miguel Ángel en las que el artista parece haber desistido de arrancarle a la piedra el concepto que late en su cabeza. Capaz de contraponer a Schelling y a Platón, de considerar Las Meninas un anticipo de la estética de la recepción, y dejarle a uno atravesado en éxtasis como a una Santa Teresa de Bernini por las flechas implacables con que en un instante le había apetecido engarzar toda la historia del arte.

Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, catedrático de Estética de la Universidad de Valladolid, se jubila por fin este año, después de varios cursos de avisos en falso. Me cuentan que los alumnos de Filosofía, que ya no pueden recurrir a la tradicional recogida de firmas, se han movilizado en favor de su nombramiento como emérito para poder disfrutarle un par de temporadas más. Los profesores le apoyan (un compañero suyo me decía “en este Departamento, primero está Ricardo, luego no hay nadie y luego ya vamos los demás”), y también el Decano de la Facultad, Basilio Calderón. Pero hay un factor que podría disuadir en la Junta del próximo día 26 a los representantes que no le conozcan: el Ministerio ha desaconsejado la concesión de tal honor, alegando que el currículum de publicaciones del candidato no es suficientemente voluminoso. Espeluznante. Resulta que la valía intelectual se mide hoy al peso, por el número de ensayos, ponencias y colaboraciones, aunque sean todos clones de la misma idea o pretenciosos chorreos de tecnicismos detrás de los cuáles no hay más que una sarta de convenciones y perogrulladas.

Urbina. Sabio y despistado, brillante, desbordantemente original. Le recuerdo sorprendiéndose a mitad de discurso en una idea audaz: “¡ah, esto no se me había ocurrido nunca!”, sonriendo con ojillos maliciosos y apuntando su dedo tembloroso a la clase entusiasmada, o valorando la pregunta de algún afortunado: “eso que plantea usted es muy interesante. Me lo pienso esta noche y le respondo mañana”. Un maravilloso geniecillo de las aulas. Sinceramente, si no es éste el tipo de Universidad que todos queremos, yo creo que no pasaría nada porque nos la volvieran a cerrar.

 

 

Referencias y contextualización

En los mismos días en que se estaba discutiendo el nombramiento de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina como catedrático emérito (finalmente aprobado), la Universidad de Valladolid celebraba con gran orgullo el vigésimoquinto aniversario de su cierre, decretado por el último Ayuntamiento franquista como represalia por las movilizaciones contra el régimen

 

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