14 marzo 2001
Suéltanos a Barrabás
 

Desde el momento en que a Jesús de Nazaret le hicieron haber dicho “el que no está conmigo, está contra mí”, el mundo se llenó de buenos y malos.

Paradójicamente, él también fue el malo en su momento. Política y religiosamente tan subversivo que las multitudes de Jerusalén, en una reacción bastante incoherente con el recibimiento que nos cuentan del Domingo de Ramos, prefirieron salvar del patíbulo al que parecía más malo de los dos. Tan malo que no era ni siquiera peligroso. El otro se convirtió en el mártir fundacional de la causa y en el estandarte de la mística del sacrificio que, bien alentada por la promesa de la Resurrección, ha pervivido reluciente en el imaginario cristiano hasta hoy. Entregaron la vida por su fe. Corderos de Dios.

Sucede que, a la vez, la institución que su fundador ni siquiera llegó a imaginar probó las mieles del triunfo en el siglo IV y, a partir de entonces, casi siempre se las ingenió para estar bajo el sol que más calienta. El contraste entre teoría y práctica se hizo tan flagrante que la Ilustración decidió cuestionar ésta última y quedarse racionalmente con la herencia moral que había legado la primera. Uno de los hijos póstumos del Siglo de la Razón, el socialismo, se atrevió a presentar una verdad alternativa a la que siempre había imperado en el universo cultural dominado por la Iglesia.

Salvo la minoría que quiso ver un estrato común, la Iglesia prefirió seguir vendiendo la confrontación en términos de buenos y malos. Buscar el punto de encuentro con la subversiva religión que negaba a Dios hubiera significado reconocer que su verdad de fe era mucho menos importante que el ideal compartido de justicia. Habría sido el fin de su legitimidad y de su poder.

Estos días, se celebra en Valladolid la beatificación de un mártir que murió por defender la misma verdad que daba derecho a matar. Lo que le hace especial es la fidelidad al dogma, era uno de los buenos; la tragedia bélica queda en segundo plano. Mientras, la Cofradía de la Piedad solicita el indulto de un Barrabás cualquiera, al que no hay que entender sino sólo perdonar, un objeto de alarde de caridad cristiana; un malo que no es peligroso porque no ofrece ninguna alternativa, porque no pretende dar la vuelta al plato de sopa boba en el que una de las dos partes sigue apareciendo como la encarnación suprema y exclusiva de la verdad y el bien.

 

 

Referencias y contextualización

La Cofradía de la Piedad de Valladolid tiene por tradición solicitar cada Semana Santa el indulto a un delincuente de poca monta que está cumpliendo su condena en la cárcel. Si el tribunal competente acepta concederlo, el indultado sale después en las procesiones con la citada cofradía.

Esta semana, se celebraba la beatificación de un vallisoletano entre los 233 mártires de la Guerra Civil española que elevó Juan Pablo II a tal dignidad el 11 de marzo de 2001.

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal