4 octubre 2000
Todos somos Taxi Driver
 

¡Dios Mío! ¡Qué horror! ¡Qué repugnancia, qué depravación! ¿Quién es el monstruo capaz de sentarse en un banco junto a una niña de siete años, sujetarla por el cuello y besarla a la fuerza en la boca, “introduciendo en el interior de la misma su lengua”, según la sentencia del Supremo? Yo, tú, él, cualquiera, quién sabe, ¿puede alguien predecir adónde le habrá llevado la vida dentro de un cuarto de siglo?

Estremece la noticia del señor de Briviesca que aparecía el sábado en estas páginas. Un año de prisión, la mitad de la pena impuesta por la Audiencia de Burgos, gracias al atenuante del alcoholismo que disminuía sus facultades volitivas. Y estremece porque la condena es justa, porque no es una aberración lógica, porque no vulnera los derechos de ninguna persona, porque sale al paso del daño infligido a una inocente. Porque algo protesta en mis entrañas y, sin embargo, este artículo no encuentra a nadie a quien disparar.

Hay un actor norteamericano al que se le debe perdonar cualquier desplante a los periodistas del Festival de San Sebastián sólo por aquella escalofriante interpretación que hizo del taxista de la obra maestra de Scorsese. El veterano de Vietnam que, paso a paso y sin apenas darse cuenta, va transformando su soledad, su frustración personal y la indiferencia del resto del mundo en una incontenible máquina de matar. La orgía final de sangre aparece como la consecuencia perfectamente lógica de la línea que une todas las experiencias, todas las interiorizaciones, todos los instantes anteriores de su vida. Todas las pequeñas decisiones que en su momento ha considerado oportunas. ¿Dónde está la libertad si detrás hay un proceso, dónde está la culpa si todo tiene una causa?

Nosotros nos encargamos de juzgar, desde el punto presente de la línea de cada una de nuestras vidas, unos puntos que no cumplen la ecuación de la recta del señor de Briviesca. Como somos políticamente correctos, lo haremos desde la supuesta gran línea universal, el Derecho, esa ridícula abstracción del Bien y del Mal que aspira al disparate de hacernos a todos iguales ante la Ley, a medir por el mismo rasero una infinitud de vidas diferentes.

Ya sé que no podemos renunciar al mediocre objetivo de proteger la seguridad de la mayoría. Pero reconozcamos que no llegamos más allá. Monstruos, los de La Guerra de las Galaxias. Aquí sólo seres humanos, demasiado humanos.

 

 

Referencias y contextualización

Un hombre de Briviesca (provincia de Burgos) acababa de ser condenado a un año de prisión por abuso sexual a una niña de siete años en un parque de la localidad, en los términos legales citados en el primer párrafo.

Robert de Niro, el protagonista de Taxi Driver, acababa de plantar a los periodistas desplazados al Festival de Cine de San Sebastián negándose a efectuar declaraciones.

 

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