30 octubre 2002
Una necesaria distinción conceptual
 

El cine sólo puede ser cine de autor. Autor de largos o de cortos, de thrillers o de comedias, de obras fantásticas o realistas, de documentales o filmes de animación. Pero de autor. Necesaria y exclusivamente de autor.

No sugiero que se prohiba por ley la producción en serie de películas de vocación taquillera, técnica sin ingenio y ausencia voluntaria de una idea estética que las dé entidad global. Dios me libre de poner un dique inquisitorial al derecho de enriquecimiento del empresario hábil y a las democráticas tendencias de las mayorías. Lo que sostengo es que tales productos, sin duda necesarios en la sociedad de consumo, no deberían llamarse cine, ni siquiera cine comercial, ni incluirse en la misma sección de los periódicos, ni cobrar subvenciones del Ministerio de Cultura, por mucho que utilicen cámaras, focos y nitrocelulosa. Exactamente por la misma razón por la que nos resultaría inaceptable que se celebraran exposiciones de pintores de brocha gorda o la antología completa de la obra de una máquina Photomaton.

Simplemente no es lo mismo. El que las distribuidoras y las televisiones nos vendan masivamente una cosa con el nombre de la otra es un atropello semejante al del Gobierno cuando incluye la tecnología militar en la partida presupuestaria de Investigación, y redunda en que “ir al cine” se haya convertido para la gente en un plan genérico como “ir de copas” o “ir a cenar a un chino”; la película es un elemento colateral, y se seleccionar sin problemas enfrente de la taquilla de los multicines con un sencillo: “¿qué, vamos a la de la sala 5?”.

La producción industrial de obras de arte es una característica de la segunda mitad del siglo XX. Pero, mientras los teóricos siguen reflexionando sobre qué condiciones otorgan el estatuto artístico (Berys Gaut cita como posibles, entre otras, el ser expresión de una imaginación creadora original o el evocar significados complejos que vayan más allá de la forma explícita), el cine y la literatura, que son las artes que menos piensan hoy día, se conforman con autodefinirse en base a su soporte y a la banalidad de “contar una historia”, sea la que sea y sea como sea.

La Seminci es un oasis en el panorama gazmoño y desolador del cine actual. Su proyección debería ser aprovechada durante el resto del año para dar a Valladolid un carácter verdaderamente cinéfilo (factiblemente turístico) y un papel en la urgente cruzada de reconquista del “séptimo arte”.

 

 

Referencias y contextualización

El director de la Semana Internacional de Cine de Valadolid, Fernando Lara, acababa de ser entrevistado en Diario de Valladolid. Entre los diversos comentarios que hizo sobre la nueva edición del festival, que se estaba celebrando estos días, estuvo su apuesta rotunda por el cine de autor.

Unos meses antes, había sido muy comentado el descubrimiento de que el Gobierno central había incluido dentro de la partida presupuestaria de investigación los gastos vinculados a la investigación militar.

 

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