31 enero 2001
Un excurso (A mi abuelo Luis Tremiño)
 

Hoy va a ser el primer miércoles en ocho meses en el que no recibiré llamada vespertina de mi abuelo Luis. No me voy a enterar de si este artículo le ha gustado o si, por contra, “bueno, hijo, vas cogiendo experiencia”, como a veces me decía adorable el auricular del teléfono, aunque uno llevara ya por entonces dos docenas de profanaciones de la hoja en blanco.

Quizá no saber su reacción sea mejor para mi orgullo, siempre distante y remiso, siempre íntimamente alérgico a componer música para los míos. Pero también bastante peor para mi conciencia, que ahora empieza a preguntarse si no ahorró durante demasiado tiempo las muestras de admiración que se habría merecido un hombre único, que apenas aspiraba ya a nada más que a que se le reconociera el valor de toda una vida.

Hay palabras que no hace falta decirlas, y uno pone tanto empeño en disimularlas que acaba por sentirse extranjero ante su propio discurso. Entonces, tiene que abrir un paréntesis y gritar que sí, que me di cuenta de muchas cosas, que en mi recuerdo está su humanidad ejemplar, su lucha en el trabajo, su deliciosa coña marinera. La sublimación profesa del arte de alternar, con su pléyade de amigos, sin distinción de clases, todos ellos por igual. También su disposición incansable a prestarte sus oídos y en seguida un consejo paternal que parecía estar deseando dejar en el aire firmado con su nombre. Ante todo, se quedan conmigo algunos de los gestos más nobles e impresionantes que me han contado jamás de nadie.

Podría incluso declarar que guardo en la memoria sus lecciones de valores humanos, que yo escuchaba obnubilado cuando todavía era un niño y podía conferirle el papel de abuelo. Luego la vida me hizo materialista, empecé a dudar y descubrí que nos separaban dos generaciones. Carece de importancia. Nunca le hizo falta hablar en mi idioma para demostrarme que era una persona de excepción.

Quisiera pensar que me equivoco y hay algo más. Que existe un Dios que ahora estará rindiéndole cuentas, que mi abuelo me mira desde otro lugar que no sea mi propia mente. Que puede seguir disfrutando de algo, que su vida no ha tenido sólo licencia para permanecer en el recuerdo. Para dejar un legado tan grande como para iluminar siempre la vida de los que le conocimos. Porque mereció ser más, mucho más que otro excurso pasajero en la perorata inmutable de este Cosmos al que todos le damos igual.

 

 

Referencias y contextualización

"Música para los nuestros" era el título genérico de una serie de perfiles panegíricos de vallisoletanos ilustres que publicó en Diario de Valladolid su colaborador Julio Valdeón Blanco.

 

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