2 enero 2002 |
Vida nueva |
Mi padre ha entrado en mi habitación a felicitarme, así que debemos de estar ya en el 2002. Sí, es verdad. La ventana que la pantalla de mi ordenador reserva a la hora en la esquinita inferior derecha se ha llenado de ceros. En la calle, de repente, han empezado a tirar fuegos artificiales; ellos sabrán por qué. No sé, quizá se corresponda con el hecho de que por la tele hayan dado de nuevo la salida para empezar a ser felices. Adiós año tal, bienvenido año cual. Amigos de toda la vida. Las cadenas se han llenado de galas horteras en las que el público parece ir de antemano predispuesto a abalanzarse vorazmente sobre cualquier tontería que les proporcione una coartada para reírse. Luego imagino que habrá habido retransmisión desde la Puerta del Sol. La tetuda y el pardillo. Y las campanadas esas que a mí siempre consiguen sonarme a muerto. No sé, pasar páginas en blanco nunca se me ha dado demasiado bien. Otro año más para nada, otro año menos para todo. El goteo del tiempo a nuestro alrededor es una especie de sinfonía dodecafónica tan fría, tan inarmónica y tan exasperante que todavía no comprendo cómo somos capaces de conmemorarlo. Que sí, que claro, que hay que dar las gracias porque estamos juntos un año más. A lo mejor incluso porque hasta gozamos de buena salud. Pero todo eso es nimio, mezquino, insignificante. Yo creía que estábamos aquí para otra cosa. Que la vida era el plazo de tiempo que nos concedía la Química para intentar pasar a la Historia. No me toméis demasiado en serio. Al primero que decidió dividir el tiempo en años habría que fusilarle porque cada fin de año uno siempre se pone a hacer balance, pero habría que canonizarle porque a continuación llega el siguiente y uno se ve impelido a posar la mirada en el horizonte del diciembre que viene, a refocilarse ante la perspectiva de todo lo que está por suceder. Presunción de inocencia: todo es factible mientras que no se demuestre lo contrario. En cuestión de horas me convertiré en una nueva máquina expendedora de deseos e ilusiones o, lo que es lo mismo, en un ser en movimiento. Nada de lo anterior habrá existido nunca. Puesta a cero y vuelta a empezar. La zanahoria para obligar al asno a que mire hacia adelante. Una bonita historia. Ya me la sé, pero seguramente se me vuelva a olvidar. Como todos los años. En cuanto me levante mañana por la mañana. Año nuevo, vida nueva.
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Referencias y contextualización Los presentadores de la retransmisión de la campanadas de año nuevo del 2002 en TVE fueron Ramón García y Ana Obregón. |
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