2 abril 2008
Yo quiero ser constructor
 

 

Lástima que nunca vaya a amasar un capital inicial suficiente, porque en los últimos meses estoy descubriendo mi verdadera vocación: ser promotor y constructor. Y no de artículos, novelas, ensayos ni ningún otro de esos castillos en el aire que se edifican con un material tan frágil y poco fiable como las palabras. No. A mí me gustaría construir algo que, a menos que seas Jesús Gil, tengas la certeza de que no se va a llevar el viento.

Siempre me sedujo la idea de apadrinar proyectos en los que un arquitecto con gusto y ambición supiera aunar un diseño bello y original con la máxima funcionalidad para sus clientes. A los geniecillos que levantan caprichosas formas a costa de la comodidad de los usuarios les pondría a hacer esculturas para las zonas verdes, y a los mediocres que se conforman con una creación convencional y simplona bajo la coartada de que es práctica les encargaría los semáforos. Pero, existiendo sólidas pruebas de que con imaginación y autoexigencia es posible combinar ambas cosas, ¿puede imaginarse una actividad más plena que llenar tu ciudad de obras de arte que admiren a los paseantes y aporten una dimensión estética a la rutina de los inquilinos?

Hasta ahora me echaba para atrás el fantasma del riesgo, ése que a algunos valientes les inspira una trepidante aventura con final feliz y a otros nos deja paralizados en la butaca. Pero es que, a lo que parece, para ser constructor tampoco hay que tiritar de suspense. Si las cosas van bien, ordeñas a conciencia las ubres del capitalismo, agarrando con fuerza los huevos del joven que quiere salir de su casa y los del inmigrante que acaba de hacerlo, y no sólo no te ponen límite alguno, porque así son las reglas del libre mercado que algún día abaratará los pisos, sino que hasta te piropean llamándote locomotora de la economía y el empleo.

Y, cuando los precios bajan, no por liberales sino porque has matado la gallina de los huevos de marras, siempre puedes cobijarte de la crisis bajo la protección oficial, y exigir a las administraciones que construyan más viviendas públicas para que el tren no descarrile y que las vendan más caras porque tu último recurso también te tiene que salir rentable en todas las unidades. Entonces, nadie te dice “oye, macho, que ahora también toca someterse a la ley de la oferta y la demanda”, ni te recuerda que cualquier empresario con menos ingresos utiliza los de las buenas épocas para vadear las malas y que las VPO son tu contraprestación a cambio de una lucrativa concesión municipal.

Lo tengo decidido: en mi próxima vida me reencarnaré en constructor. Aunque no sé si en ésta he sido suficientemente malo.

 

 

Referencias y contextualización

En plena crisis del sector de la vivienda libre, después de unos años (1998-2005) en los que el precio de los pisos se había sextuplicado, las promotoras inmobiliarias y las constructoras (muchas veces una misma empresa) se refugiaban en las promociones de vivienda protegida. La semana anterior, las constructoras de Castilla y León habían reclamado el aumento de las ofertas de VPO (puede leerse aquí) y las promotoras la subida de su precio, para que resultaran más rentables al sector (una crónica de las medidas tomadas por la Junta para satisfacer esta demanda puede encontrarse aquí). En 1967, un edificio construido por la inmobiliaria del luego alcalde de Marbella y presidente del Atlético de Madrid Jesús Gil y Gil se derrumbó en Los Ángeles de San Rafael causando la muerte a 58 personas. Gil fue encarcelado por ello y luego indultado por Francisco Franco.

 

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