8 diciembre 2010
Aterrizaje forzoso
 

 

Desconozco quién me programó con esa opción por defecto, pero, cuando todo el mundo adopta la misma posición en un determinado debate, me suele invadir la sensación de que la más correcta es la contraria. No niego que tal tendencia sea, en el fondo, una superchería simétrica a la de quienes abrazan con gozo todo lo políticamente correcto o moralmente aceptable, pero el caso es que me alarmé al verme por una vez alineado en las masivas huestes que esperaban un toque de corneta para salir al galope y cortar la cabeza a los controladores aéreos. Para salir de dudas, la noche del sábado me pasé dos horas sopesando argumentos, réplicas y contrarréplicas en el repentinamente célebre blog de Cristina Antón.

La verdad es que la controladora balear es una escritora vehemente y audaz, que no sólo no purga los comentarios adversos de los internautas (algunos daba pavor leerlos) sino que se propone la quimera de contestarlos todos. Además, luce una ironía y una chulería muy sugestivas y desafía al lector acusándole, precisamente, de dejarse llevar por la marea de la versión oficial y la ola populista a la que se encaraman todos los ciudadanos.

Sin embargo, después de mi modesto escrutinio me parece que la única queja fundada de los controladores es que, a diferencia del resto de asalariados, les cuenten como trabajadas las horas de baja médica o dedicación sindical. Por lo demás, las 1.670 ordinarias que les han impuesto al año no llegan a siete diarias dividiendo entre 11 meses de 22 días cada uno, y tampoco viene a cuento contabilizar entre ellas las que sólo han de estar localizables; por esa regla de tres, los médicos cobrarían el tiempo que pasan a tiro de busca y los periodistas la totalidad del día. Por supuesto, ninguno de estos profesionales se puede marchar de la ciudad en ese rato, pero sí hacer otras muchas cosas mientras cobra un plus de libre disponibilidad que, obviamente, se incluye en el cuantioso sueldo de un controlador.

No me atrevo a asegurar que los controladores mientan cuando afirman que son ellos quienes reclaman más personal a Aena, aunque la historia insinúa que el sindicato USCA ha procurado toda la vida lo contrario. Pero sí que su problema no son los cambios de horario leoninos, porque, si hubieran presentado sólo esa reivindicación, la habrían visto satisfecha con una simple reorganización de turnos (matinal, vespertino o nocturno) por semanas, porque está claro que a Aena le da igual tener a un trabajador u otro cubriendo el puesto.

No. Lo cierto es que los controladores clamaron al cielo sólo en el momento en que el ministro José Blanco les obligó a abortar su vuelo de horas extra en primera clase. Ellos se la jugaron en una pirueta en el aire y, como en efecto es imposible echar un pulso a un Estado, ahora no les queda otro remedio que inclinar el morro y hacer un aterrizaje forzoso.

 
 

 

Referencias y contextualización

El viernes por la tarde, los controladores aéreos abandonaron en masa sus puestos de trabajo provocando el cierre del espacio aéreo español y el consiguiente caos de cancelaciones de vuelos. En un Consejo de Ministros extraordinario el sábado por la mañana, el Gobierno declaró el estado de alarma por primera vez en la historia de la democracia, con lo que las torres de control quedaron bajo la supervisión y el régimen militar. Los controladores volvieron instantáneamente a sus puestos, y el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba, atestiguó el éxito de la medida proclamando que quien echa un pulso al Estado, lo pierde. Éste es el blog de Cristina Antón que se cita en l artículo; aquí se pueden consultar algunos de los argumentos del gremio.

 

 

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