15 diciembre 2010 |
¿Tú también, hija mía? |
Así de atónita, trágica y desengañada debió de ser la reacción mental de muchos castellanos y leoneses cuando, el jueves, el puñal de la sospecha se abatió sobre la aristócrata de la zancada, la deportista en que más impensable resultaba un delito de lesa traición. La atleta a la que sólo el fatum impidió dar el do de pecho en todas las grandes ocasiones, sin importar años ni distancias, rivales ni momento de forma, era arrestada bajo rumores, no de dopaje, sino de tráfico de sustancias ilegales para sus compañeros. La cosa es muy rara. ¿Qué interés iba a tener en lucrarse de esa forma una mujer que lo ha ganado todo, que tendría la vida arreglada en el mundo del atletismo o como comentarista de TV, y a la que, por si fuera poco, ya antes de la malhadada beca de la Junta habían otorgado la vicepresidencia de la Federación y un cargo público en Palencia entre cuyos criterios de concesión fue decisivo el de haber ganado una medalla olímpica, pero que, si hubiera habido competencia, probablemente habría incorporado también los de ser rubia y correr con una cinta en el pelo? El lunes, Marta Domínguez lo desmintió todo; para empezar, que hubiera sustancias prohibidas en su casa. A primera vista, es extraño que un culpable haga una afirmación tan fácil de refutar. Cuando uno quiere despistar la atención, opta por insinuar infundios incontrastables, ya sea que la operación se lanzó para amortiguar los zumbidos del estado de alarma o que el PP estuvo detrás del motín de los controladores. Sea o no culpable Marta, el deporte individual de élite está ya tan carcomido por el fraude, y es tan inevitable que los controles de detección anden siempre un paso por detrás de los nuevos métodos de dopaje, que quizá haya que ir admitiendo éstos como parte de la inversión que están dispuestos a hacer los deportistas por alcanzar el triunfo, al mismo nivel que la alimentación sana, la renuncia a la vida mundana y las horas y técnicas de entrenamiento. Si no hay forma de distinguir en el momento de competir quién ha hecho trampas y quién no, que cada uno se dope lo mejor que pueda... y alea jacta est. |
Referencias y contextualización El jueves 9, la laureada y unánimente admirada atleta palentina Marta Domínguez fue detenida en el marco de la Operación Galgo, que investigaba presuntos delitos de dopaje en varios deportistas y médicos deportivos españoles; en concreto, se dijo que fuentes de la investigación habían revelado que se le habían encontrado medicamentos ilegales en su apartamento y que la atleta podría haberlos suministrado a otros compañeros. El lunes, 13, ella negó rotundamente ambas cosas. Después de que otros deportistas de élite españoles como el ciclista Alberto Contador hubieran sido señalados como presuntos culpables de dopaje, que Domínguez también estuviera entre los sospechosos supuso un mazazo más a la imagen del deporte de este país. Al día siguiente, la Junta de Castilla y León, en virtud de una adjudicación resuelta anteriormente, anunció la concesión de una Beca Relevo de 4.800 a la atleta palentina. El vicesecretario general de Comunicación del PP, Esteban González Pons, insinuó que la Operación Galgo se había puesto en marcha a iniciativa del Gobierno para acallar los ecos del caos provocado en el puente de la Constitución por los controladores aéreos, que llevó a la declaración del estado de alarma por parte del Ejecutivo, dejando las torres de los aeropuertos bajo control militar. Desde el PSOE, el secretario de Política Autonómica y Local, Gaspar Zarrías, insinuó a su vez que el PP había estado en conversaciones con los controladores y había sido uno de los artífices de la huelga salvaje llevada a cabo por éstos en el puente. Sobre este tema trata el artículo anterior, "Aterrizaje forzoso". "¿Tú también, hijo mío?" es la célebre frase que supuestamente pronunció Julio César al comprobar que su amado Bruto, aristócrata romano, estaba entre los conspiradores que acabaron con su vida, apuñalándole en pleno Foro. "Alea jacta est" ('La suerte está echada') es la que se le atribuye al cruzar el Rubicón, saliendo así de la Galia que tenía a cargo de sus legiones y dando comienzo a la guerra civil que le terminó convirtiendo en emperador.
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