1 septiembre 2010
Coda a la partitura del pop
 

 

Como suelen decir los corifeos de la Transición y la España constitucional, han cambiado muchas cosas desde 1975. Entonces, los guardianes de las esencias definieron como “cochambre” un macroconcierto de rock en Salamanca, y se unieron así a la brigada de patosos que ya formaban los inventores de los términos barroco, impresionismo e cubismo. Queriendo descalificar una novedad cultural, a todos ellos les salió el tiro por la culata y lo que hicieron fue regalarle un nombre para pasar a la Historia.

No sé si el evento merece la reedición que se celebrará el sábado en Burgos, pero, desde el privilegiado y sin duda subjetivo punto de vista que me confiere el haber entrado en la adolescencia en el ecuador de estos 35 años, creo que sí puedo corroborar que en el ínterin la música comercial ha cambiado mucho... para mal. Es sintomático que se sucedan estos revivals de décadas pasadas y que ahora todas las radiofórmulas alternen “éxitos de hoy y de siempre”, cosa que las atentas a la actualidad no hacían en los 90: debe de tener que ver con el hecho de que que cada año apenas salgan 10 canciones que merezcan la pena.

No quisiera precipitarme en el típico desdén hacia los grupos actuales comparándolos en tópica desventaja con los oldies goldies. El empeoramiento de la calidad musical tiene su lógica. El número de combinaciones melódicas que se pueden establecer con las siete notas musicales y sus respectivos semitonos es enorme, pero necesariamente finito. Y, desde 1960, el pentagrama ha sufrido un expolio constante. Tarde o temprano, sus posibilidades tenían que agotarse.

Si ya se planteó este dilema en la que llaman música clásica, inmensamente más rica y compleja, mucho antes había de ocurrir en el pop-rock, cuyos singles se basan en una breve sucesión de notas que suenan bien juntas, sobre un invariable compás 4x4 y un número de acordes bastante reducidos. Los buenos artistas añaden armonías, solos instrumentales y arreglos, pero los estribillos no se pueden repetir.

La música comercial, poco dada a cuestiones teóricas, ensayó también sus particulares dodecafonismos con estilos poco melódicos como el funk, el punk, el heavy, el hip-hop o el chill-out, y todavía puede aprovecharse de la brecha intergeneracional y de las hormonas de cada nueva promoción de adolescentes, poco dados a escuchar otra música que no sea la de su momento. Sin embargo, ahí están los derechos de autor velando, impasibles, para evitar que cunda la desmemoria. Serán ellos, no la piratería, los que más pronto que tarde van a poner la coda a la partitura del pop.



 
 

 

Referencias y contextualización

El sábado 4, se iba a celebrar en Burgos un macroconcierto con algunos de los que protagonizaron, en 1975 en Salamanca, el primero de esa índole de la historia de España. La prensa tardofranquista calificó el evento de "cochambre", el nombre con el que aquel concierto pasó a la Historia. También los términos barroco, impresionismo y cubismo fueron en origen despectivos acuñados por los críticos de estos movimientos. La coda es una figura que marca en la partitura un final de la pieza musical que retoma motivos aparecidos anteriormente en la obra.

 

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