8 septiembre 2010 |
Entes innecesarios |
La mejor ilustración de la muerte de Dios que, por lo visto, decreta Stephen Hawking en el libro que publica mañana, me la proporcionó la camiseta de un camarero de un fish & chips de Nueva York, que parodiaba la proclama beatífica de los billetes de dólar rezando “In Cod We Trust” (‘En el bacalao confiamos’). Una irreverencia materialista sólo comparable a las de las fiestas de Valladolid, que, después de hurtarle el patronazgo a San Mateo para invocar la protección del dios del Sol, han querido reservar su primer concierto de la semana a una gira bautizada con el nombre de Big Bang. Algunos líderes cristianos del Reino Unido han contestado a Hawking con los argumentos habituales que ya objetaron al biólogo Richard Dawkins y que, de hecho, son los únicos que procede oponer: ninguna descripción científica de la naturaleza excluye la posibilidad de interpretarla globalmente como obra de un ser superior. Hawking & Dawkins arguyen algo que he defendido otras veces aquí : el inmenso número de planetas y especies cuya existencia se explica por las mismas leyes físicas que la nuestra invalida la creencia de que el fin de la creación fue la aparición de la tierra y del ser humano. Pero eso sólo desmiente la idea de un plan divino acabado y cuidadoso, la perfección o bien la magnanimidad de Dios. No su existencia como tal; eso sí, en un grado inferior a la omnipotencia. La fe y la razón no son dos vías paralelas y compatibles, como sostienen los defensores de la primera ante la imposibilidad de desautorizar a estas alturas a la segunda. No lo son desde el momento en que ofrecen respuestas distintas a un tema cuya verdad sólo puede ser una. Pero, pese a los buenos deseos de Dawkins, ni siquiera la eventual teoría unificada del cosmos propinará un “golpe de gracia” a Dios. A los materialistas, la idea de un Creador siempre nos parecerá “redundante”, que dice Hawking; una “hipótesis que no me hace falta”, según desdeñó Laplace, y un ente innecesario como los que desaconsejó Guillermo de Ockham. Pero, si el resto de planetas resultan superfluos desde una perspectiva religiosa, como observa Hawking, es que lo eran en la cosmovisión de nuestros antepasados. Y lo cierto es que, andando los siglos, se ha descubierto que existen.
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Referencias y contextualización El jueves 9, el físico Stephen Hawking iba a publicar en el Reino Unido el libro The Grand Design ('El gran diseño'), pero ya días antes había saltado la polémica al conocerse que descartaba la existencia de Dios. Los argumentos de Hawking se bosquejan aquí y la réplica de algunos líderes religiosos del Reino Unido, aquí. La hipotética omnipotencia de Dios trata de desmentirse en "Cómo no sería Dios". El monje franciscano Guillermo de Ockham formuló en el siglo XIV la sentencia entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem ("los entes no han de ser multiplicados sin necesidad"), conocida popularmente como "la navaja de Ockham", y que considera que para explicar los fenómenos no se deben utilizar más que los elementos estrictamente necesarios, sin añadir factores que, aunque no contradigan su mecanismo, tampoco aporten nada, y por tanto el fenómeno podría desarrollarse de igual manera si no existieran. Naturalmente, Ockham no aplicó su criterio a la existencia de Dios, puesto que la ciencia de entonces no podía explicar el origen del mundo sin él, sino a las discusiones entre neoplatónicos y neoaristotélicos en el seno de la escolástica. |
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