21 octubre 2012 |
Delimitar las trincheras |
A Pedro Arahuetes ya se le habrá curado su inopinado filogermanismo, una vez comprobado que Angela Merkel no se siente tan cercana a él como él a ella y no está dispuesta a que la UE asuma como responsabilidad propia las ayudas directas a los bancos españoles, sin pasar por el Estado. Caja Segovia, que supongo que hace meses que se está tirando de los pelos por haber preferido unirse a Bankia antes que a Caja España, dependerá ahora de que los intereses de los préstamos europeos no agraven mucho más la maltrecha deuda estatal y merezca la pena dejarla caer. Aquí a veces nos hacemos la ilusión de que los bandos en liza somos, por un lado, todos los europeos, y por otro lado la crisis, por lo que nos parece que es imposible que Merkel tenga reparos en apoyarnos. Hasta que descubrimos que en Alemania las trincheras que se delimitan son otras muy distintas: a un lado ellos y al otro los países que les chupan la sangre. Nosotros podríamos redefinirlas también y aclarar que los contribuyentes no tenemos nada que ver con nuestros bancos por el simple accidente de que seamos españoles y no tenemos por qué rescatarlos. La UE se aparta, nosotros también y que cada entidad se las arregle como pueda con sus acreedores, bancos alemanes incluidos. Otro conflicto que también se basa en delimitar trincheras es la polémica de la semana: si el Estado, además del monopolio de la violencia, puede arrogarse también el de hacer las fotos en las manifestaciones. Hasta donde le conozco, el palentino Ignacio Cosidó es un tío templado y razonable a quien no imagino como un adalid de la represión. Pero es el jefe de la Policía, y en las protestas, la inercia psicológica dibuja automáticamente dos bandos: a un lado los agentes y al otro los manifestantes, que necesariamente tienen que verse como enemigos. Ocurre lo mismo con los funcionarios de prisiones y los presos, y a veces hasta con los profesionales sanitarios y los enfermos. Por eso, atacar y golpear a los policías que contienen las manifestaciones eterniza la dicotomía que le conviene al poder. Es cierto que hay agentes muy brutos que han hallado en la profesión el cauce ideal para legalizar su sadismo y merecen que se les fotografíe y salir en todas las portadas. Pero la mayoría no; son simples funcionarios que ejercen su trabajo sin una inquina previa por los descontentos, y a veces hasta con una simpatía silenciosa por sus reivindicaciones o su pundonor. De ahí que el verdadero triunfo de los manifestantes no se produzca cuando salen en la tele derribando vallas o insultando a los agentes, sino cuando aparecen explicándoles, aunque sea en vano, que todos ellos están en el mismo bando, el de las víctimas. Cuando subvierten la lógica del enfrentamiento y despiertan en la memoria una reminiscencia de aquel glorioso gesto sesentero de meter una flor por el cañón del fusil.
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Referencias y contextualización
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