14 mayo 2003
¡Elecciones!
 

Parecía que no iban a llegar nunca. Después de tres años, 36 meses, ciento cincuenta y pico artículos resueltos con mayor o menor fortuna, por primera vez escribo en período electoral. La trascendencia de un momento así para un columnista sólo puede compararse a la alternativa de un torero, la puesta de largo de la hija de una vedette o la primera comunión; por esta vez creo que me dejaré de acrósticos.

Pero sentir la ocasión no implica una gravedad que no comparten ni los propios protagonistas. Antes pensaba que no había nada más denigrante para la dignidad humana que una campaña electoral: me enardecía que los candidatos nos consideraran susceptibles de ser convencidos con tal ristra de demagogias, disimulos, oportunismos y descalificaciones mutuas. Pura inmadurez: al final uno se da cuenta de que en el fondo son todos muy amigos, como aquellos trovadores que competían en una ficción de insultos y menosprecios recíprocos para regocijo de los cortesanos; y, vistas así las cosas, las figuras de la hipérbole, la paradoja o la elipsis no deben tenerse por una ofensa a la ciudadanía sino como una demostración de genio artístico. Tampoco habría que considerar oportunistas las inauguraciones justo a tiempo ni la repentina floración de proyectos inéditos que exhiben los programas de los partidos, pues no son más que las pruebas visibles de una época particularmente creativa de estos autores, aunque, como cualquier otro súbdito de las Musas, luego puedan pasarse años de inactividad y falta de inspiración.

Éstas son sólo elecciones municipales y autonómicas, lo que debería acrecentar el ambiente de frivolidad, camaradería y buen rollo. Lástima que se hayan metido por medio los plastas de los iraquíes reclamando una atención que únicamente debería ir dirigida a lo amplio y lo luminoso que han dejado en estos años Valladolid (lo cuál, vaya por delante, en líneas generales es verdad). Aznar, mientras presume en los mítines de haber convertido a Batasuna en un grupo convicto en Ultramar, nos recuerda que tenemos que votar a unos gestores concretos, no valorar una política internacional ni unas siglas. Seguro. Pero lo podía haber pensado un poco antes; así los alcaldes y concejales del PP en toda España habrían podido deslindar su opinión de la voz única del partido estatal, y a nosotros a lo mejor incluso nos habrían dado la oportunidad de elegir listas abiertas.



 

Referencias y contextualización

En uno de los primeros mítines de la quincena oficialmente reservada para la campaña electoral de cara a las elecciones autonómicas y municipales del 25 de mayo, José María Aznar se jactó de que Estados Unidos hubiera incluido a Batasuna en su lista de organizaciones terroristas (medida que carecía de cualquier efecto práctico) y lo vinculó con su apoyo a Bush en la guerra de Irak. Sin embargo, la campaña del PP trataba precisamente de deslindar la labor de sus representantes locales y regionales de la política exterior seguida por el Gobierno en los últimos meses, para intentar amortiguar la oposición mayoritaria de la población a la guerra. En concreto, el candidato a la reelección en el Ayuntamiento de Valladolid, Javier León de la Riva, basaba su petición de voto en las obras urbanísticas que habían embellecido considerablemente la ciudad en los últimos años.

Todos los diputados del PP (cada uno de ellos elegido por una circunscripción provincial) habían cerrado filas en torno a la política exterior del Gobierno de Aznar después de que algunos se hubieran atrevido a mostrar públicamente su rechazo a ella (ver "Descentralización y bipartidismo").

 

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