26 enero 2011
El medio es el mensaje
 

 

En su columna del lunes, Luis Martín Arias se preguntaba con cierta ironía si los senadores nacionalistas no preferirán hablar en su idioma particular para que el traductor al castellano verbalice su discurso con mayor elocuencia de la que ellos son capaces. Confieso que el apunte me dio que pensar. Porque yo me revolvería en mi escaño como dentro de una camisa de fuerza si me prestaran un pinganillo de ésos y pudiera escuchar la versión que ejecutara de mi alocución el mejor traduttore-traditore del mundo.

A nada que tuviera una comprensión de la lengua de destino equiparable a la que puedan tener sus señorías catalanas, vascas y gallegas del castellano, cada palabra y cada giro me agredirían con un matiz inexacto y desleal; con una imprecisión en el tono, en el ritmo, en el significado y en sus connotaciones. Algo en mi interior protestaría: yo no he dicho eso. Frase a frase se iría incrementando mi cólera y, apenas se encendiera la lucecita roja, saltaría del estrado para apuñalar en pleno hemiciclo al vil intermediario que había destrozado el sentido y el estilo de mi discurso.

La pregunta subsiguiente es casi inmediata: ¿quién puede preferir que su mensaje llegue al auditorio en una versión filtrada, travestida, en lugar de con su expresión original e irrepetible, con todos los morfemas y fonemas que uno reconoce como propios? Y la respuesta también. Extrapolando la archicitada frase de Marshall McLuhan, sólo aquél para quien todo su mensaje radica precisamente en el medio.

Benedict Anderson, Ernest Gellner y otros estudiosos del nacionalismo han constatado la total e insólita ausencia de pensadores teóricos importantes de que adolece esta doctrina en todas sus variantes. Y es que, en realidad, carece propiamente de contenido, de un sistema articulado de ideas razonadas que se puedan discutir o contrastar. Tanto su fuerza como su inanidad se basan en que sólo es una forma, un código, una narración que se narra a sí misma.

El nacionalismo no convence con argumentos, triunfa cuando impone su medio. Cuando su literatura, sus símbolos, sus mitos y sus ritos son asumidos por las instituciones y la sociedad. Por eso, lo que importa es que el catalán, el euskera y el gallego resuenen en el Senado, lo que con ellos se diga es lo de menos. La aldea global, ya lo sospechaba McLuhan, esconde un retorno a la aldea tribal.

 
 

 

Referencias y contextualización

"El medio es el mensaje" es una célebre cita del filósofo y teórico de los medios de comunicación Marshall McLuhan, con la que denota el poder que tienen éstos de inculcar significados y actuar sobre el comportamiento de la gente. Según él, la época de los medios de comunicación de masas, la aldea global, encierra una vuelta a la aldea tribal anterior a la invención de la escritura en tanto que recupera la influencia del medio y su efecto sobre el oído, que se habían visto sepultados por la primacía de la vista, los conceptos y los razonamientos que impone la escritura.

Luis Martín Arias es un columnista de El Mundo de Castilla y León, que el lunes 24 dedicó su artículo a la introducción de las lenguas cooficiales del Estado español, hecho efectivo la semana anterior, y por la que los ponentes nacionalistas veían satisfecha su reivindicación de poder emplearlas en el Pleno. Esto obligó a la intermediación de traductores al castellano que el resto de senadores podían escuchar a través de un pinganillo, a pesar de que todos ellos podían entenderse sin problemas en el idioma común. "Traduttore, traditore" ('Traductor, traidor') es una vieja sentencia italiana que alude a la imposibilidad de traducir con absoluta fidelidad un discurso o escrito cualquiera.

 

 

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