12 octubre 2005 |
El monólogo de la vagina, hoy |
Entiendo que en EEUU tiene que ser diferente. Para un país donde las cadenas de televisión corren a santiguarse e implantarse cilicios de censura si una teta furtiva se asoma a presenciar la Superbowl, ver a Melanie Griffith o a Winona Ryder remedando en el escenario la gama completa de gemidos que caben en el espectro de un orgasmo tiene que perforar de forma sangrienta las telarañas de lo bienpensado. Pero aquí estamos bastante de vuelta de todo eso. Y, claro, si Eve Ensler puede hacer que sus espectadores norteamericanos coreen rítmicamente “¡coño, coño!” como niños de ocho años excitados ante la profanación que están perpetrando, y, en cambio, aquí equivale a que a esos mismos niños el actor les preguntara “Decidme todos: ¿qué animalito estáis viendo?”, es porque en España son otros los monólogos de la vagina que hay que declamar, hacer audibles, para abolir la discriminación. Si una vagina, pongamos, española media, quisiera proclamar su identidad, no lo haría para liberarse sexualmente, que ya lo está, ni para protestar por los malos tratos, que en efecto es una tragedia pero reconocida como tal por la sociedad, sino por la injusta esclavitud a la que culturalmente se le sigue sometiendo con la excusa de su función reproductora, ésa que aparece evocada con elegante sensibilidad en la última escena de la obra. Parece mentira que a estas alturas se considere progresista promulgar promulgar leyes, medidas y subvenciones encaminadas a que la mujer pueda hacer compatible su profesión con el cuidado de los hijos. ¿Pero es que acaso los caprichos de la biología hacen más suya que del padre la responsabilidad de atenderlos? ¿Por qué toda la sociedad da por sentado que la primera opción es el permiso de maternidad y que, en caso de divorcio, los hijos tiene que quedárselos ella? Hoy no queda ningún elemento tangible que justifique otra cosa que no sea un perfecto fifty-fifty en el trabajo dentro y fuera de casa, lejos de patriarcados, de instintos maternales y de esa aberrante pensión compensatoria por la que, a su vez, muchas mujeres se repantingan en el papel de madres y su incuria profesional para sablear impunemente al ex marido y luego chantajear a sus hijos alegando que han hipotecado su propia vida por sacarlos adelante. Mi madre, a quien debo la conciencia de una flagrante desigualdad que a mí, como hombre, posiblemente me habría pasado desapercibida, me advierte que la Junta de Castilla y León tiene mucho más tacto cuando promulga medidas encaminadas a que “la familia”, y no la mujer, pueda compatibilizar el ámbito doméstico y el profesional. Habrá que ver si los socialistas se dan cuenta algún día de que su discriminación positiva sigue fielmente las enseñanzas del entonces cardenal Ratzinger, cuando sentenció en aquella memorable carta a los obispos españoles que la esencia de la mujer es la maternidad.
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Referencias y contextualización Los días 9 y 10 de octubre, la Compañía de Maite Merino representó en el Teatro Calderón de Valladolid la obra Los monólogos de la vagina, sobre un texto de la dramaturga norteamericana Eve Ensler, que en Estados Unidos llevaba cinco años en cartel con un gran éxito de público, fama de transgresora y vocación de hacer oír la sexualidad femenina, supuestamente cohibida y silenciada todavía hoy. Winona Ryder y Melanie Griffith habían sido dos de las actrices protagonistas en ese tiempo, por lo que en una de las escenas de la obra habrían tenido que repetir a ritmo la palabra "coño" y ser coreados por los espectadores. La cantante Janet Jackson actuó en el descanso de la Superbowl de 2003 y, en un lance voluntario o no de la coreografía, dejó al descubierto uno de sus pechos, imagen que fue recogida por la televisión. El escándalo que se montó fue tal que las cadenas hicieron propósito de enmienda y decidieron no mostrar en pantalla más escenas "inmorales" en este tipo de espectáculos. Sobre la carta del entonces cardenal Ratzinger a los obispos españoles ironiza "Para vestir santos".
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