5 mayo 2010 |
El móvil perpetuo |
Un mal día, sin que se sepa muy bien por qué, la maza deja de caer sobre la caja de madera, no abre con su golpe la compuerta por la que iba a salir la bolita blanca, ésta no se desliza por las dos varillas en pendiente, no activa por tanto la palanca que debía impulsar el vagón y, de repente, uno se encuentra a los 50 años descarrilado, fuera de juego y sin posibilidad material de encaramarse de nuevo al engranaje que siempre creyó que era un móvil perpetuo. Como buen artilugio ficticio, el capitalismo presupone la condición ideal de que todas las piezas funcionan sin más: los bancos invirtiendo y prestando, las empresas produciendo y contratando; los trabajadores ahorrando, consumiendo y cotizando y las administraciones recibiendo las aportaciones de los contribuyentes y facilitando los servicios públicos. Pero, si uno tiene la desgracia de perder a mitad de partida su apuesta laboral, que, como la sentimental, a esa edad es ya la apuesta de su vida, resulta que no puede apelar a nadie: las empresas no tienen dinero, los bancos no se lo fían y los gobiernos sólo pueden repartir propinillas rompiendo la hucha. La otra alternativa, la de bajar un par de puntos los impuestos para reactivar el sistema, sería siempre un estímulo ínfimo para cada agente individual y, en cambio, un bocado inasumible para el ya maltrecho erario. Con todo, el juego tendría sentido si a uno le dejaran marcharse al ser descalificado. ¡Pero es que no puede! Hace siglos (pero hace muchos menos de los que sí lo permitieron), un hombre tenía la posibilidad de volverse ermitaño, vagar semidesnudo por los campos, dormir en cuevas, bañarse en los ríos y sobrevivir con lo que cazara y recolectara. Naturalmente, esta opción suponía renunciar a los bienes y comodidades que producía el sistema que abandonaba; pero es que ahora, si lo hiciera, el expulsado sería de inmediato detenido por el Seprona, condenado por escándalo o atentado contra la salud pública e internado en un manicomio. Mientras tanto, sigue adelante, sin que nadie se escandalice ni la tache de insana o demencial, la ficción de un artificioso móvil perpetuo que se impone como la única realidad posible incluso a aquéllos a quienes ya no se permite jugar.
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Referencias y contextualización El domingo 2, con motivo de la celebración la víspera del Día Internacional del Trabajo, El Mundo y El Mundo de Castilla y León publicaron sendos reportajes con ejemplos de parados de larga duración como consecuencia de la crisis. El móvil perpetuo es un mecanismo imposible, porque sus elementos no pueden conservar eternamente el movimiento sin resentirse del rozamiento si no lo reactiva un agente motriz ni se alimentan de alguna fuente de energía. |
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