9 octubre 2011 |
El retorno de Malthus |
En la época de Malthus, el dilema de los gobiernos era cómo lograr que todos sus ciudadanos tuvieran garantizada su subsistencia; ahora es cómo asegurar que tengan trabajo. Pero una semana que comenzó con el dato de la gran subida del paro en septiembre y termina con la previsión de un descenso demográfico de aquí a 10 años debería sugerirnos que ambas variables van relacionadas y que la célebre tesis malthusiana sobre la población adquiere una nueva vigencia en nuestro tiempo. La población ya no crece en proporción geométrica, es cierto, pero sin duda lo hace más deprisa que la oferta de trabajo. Y esto no es un fenómeno motivado únicamente por la crisis: a partir de ahora va a ser siempre así. El día siguiente a que algo nos induzca a resolver nuestro dilema del prisionero y salgamos por fin del estancamiento, España y Europa seguirán teniendo que hacer más productiva su economía. Y la productividad, que como mantra suena impecable, es la relación entre el valor de lo que produce una empresa y los costes de producirlo. Cuando los españoles comparamos las horas que trabajamos con las que trabajan los alemanes y, ante la diferencia mayúscula de PIB, nos tachamos de improductivos, en seguida pensamos en los cafés, los cigarritos y las llamadas al novio desde la oficina. Pero si somos improductivos es, ante todo, porque nuestros sectores dominantes requieren mucha mano de obra y por tanto tienen que compensar grandes costes. Si el futuro está en potenciar otros como el tecnológico, que tiene mucho más fácil incrementar la producción sin incorporar nuevos trabajadores, si internet permite prescindir de los intermediarios, y si las máquinas y los ordenadores, según se dice, realizarán pronto el 85% de las tareas que hoy hacen las personas, vayámonos preparando. Como Malthus predijo, antes de tiempo porque la segunda revolución industrial siguió necesitando una gran cantidad de mano de obra, el exceso de población sobre la oferta de trabajo hundirá los salarios hasta el nivel imprescindible para la supervivencia, y a quienes no tengan siquiera esa suerte en el hambre permanente de un empleo. En esta situación, cabría preguntarse: ¿sigue siendo la natalidad un bien social? El evidente capricho privado que constituye tener un hijo se consideraba hasta ahora merecedor de ayudas públicas porque, cuando el niño trabajara, devolvería con creces lo invertido en su formación y financiaría las pensiones de la generación precedente. Pero, en lo sucesivo, una buena parte de esos niños, cuando se hagan mayores, no alimentarán el fondo que las sufraga sino que tendrán que detraer del mismo su subsidio de paro o su renta mínima de ciudadanía. Como no surjan de la nada nuevos sectores productivos que requieran mucha mano de obra, podemos estar seguros de que no va a haber trabajo para todos. De modo que, antes incluso de que la ciencia descubra cómo impedir la reducción de los telómeros de los cromosomas y por tanto el envejecimiento, y haga al hombre potencialmente inmortal, vamos a tener que cambiar de mentalidad y considerar una bendición los descensos demográficos. Sin ellos, o aun con ellos si no son lo suficientemente drásticos, habrá que introducir un control o un desincentivo de la natalidad para adaptarla a la oferta de trabajo prevista, que desempeñe el papel que Malthus asignó a las guerras, las hambrunas y las epidemias.
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Referencias y contextualización Thomas Robert Malthus (1766-2834), economista británico, ha pasado a la Historia sobre todo por dos tesis: la de que los recursos alimenticios aumentaban en proporción aritmética y la población en proporción geométrica, por lo que los primeros terminarían resultando insuficientes, y la de que la consiguiente disponibilidad de mano de obra reduciría lógicamente los salarios hasta la cuantía imprescindible para permitir subsistir al trabajador. Sólo las guerras, las hambrunas y las epidemias ejercerían de elemento corrector de esta disfunción. La evolución económica desmintió ambas predicciones, por la reducción de la natalidad, la mejora de las técnicas agrarias, la necesidad de mano de obra de la industria siderúrgica, la química y el sector servicios, la presión del movimiento sindical y el desarrollo del Estado del Bienestar, de modo que hacía muchos años que no se tomaban en cuenta. El lunes 3 se conoció el dato del paro en septiembre, con un aumento de 95.817 personas (el 2,32%), la mayor subida en este mes en los últimos 15 años. El viernes 7, el Instituto Nacional de Estadística publicó una proyección demográfica según la cual la población de España en 2021sería de 45,6 millones de habitantes, frente a los 47 millones de 2011. La tesis del dilema del prisionero como factor fundamental de la crisis económica se desarrolló en marzo de 2009 en el artículo "El consenso, entre los prisioneros", ampliado en febrero de 2010 con el mismo título en Periodista Digital.
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