11 marzo 2009
El consenso, entre los prisioneros
 

 

A los ciudadanos y tertulianos de este país (no sé en qué orden causa-efecto) les priva eso del consenso entre los partidos políticos. Nada les parece más noble y honorable que el que el PSOE y el PP aparquen la rivalidad inherente a la democracia parlamentaria, suspendan el tiroteo de reproches y discrepancias con que escenifican lo que no es más que la competición natural entre dos aspirantes a un mismo puesto y se dediquen, tal y como se les conmina, a “solucionar los problemas de la gente ”.

Sin embargo, para solucionarlos, lo único que es realmente necesario es que acierten los gobiernos, el estatal o los autonómicos, que son quienes toman las decisiones y aplican las medidas correspondientes. Que la oposición sea leal y los secunde puede resultar estético y edificante, pero operativamente carece de importancia. Por eso, ni la reedición de los pactos de la Moncloa que propugnan algunos ni el acuerdo en cinco bloques que le ha ofrecido el PP al PSOE en Castilla y León nos sacarán de la crisis si lo que ambos partidos consensúan es seguir sin tener ni idea de cómo hacerlo.

El problema de la economía es que sólo tiene lógica mientras se mantiene la inercia. Si hay dinero, los bancos financian, las empresas contratan, los trabajadores consumen y ahorran, el Estado recauda y fomenta y la rueda del sistema amasa más dinero con cada vuelta que da. Y, si no lo hay, ocurre lo contrario. Pero, para pasar de una dinámica negativa a una positiva o viceversa, hace falta la intrusión repentina de un factor imprevisible e imposible de propiciar desde las Administraciones.

La crisis la provocó el súbito reconocimiento de que el valor de muchos productos financieros dependía de pagos inciertos e improbables. Ahora, para que vuelvan la confianza y la inercia positiva, no basta con el dinero público que inyectan los socialistas ni con los recortes fiscales y la flexibilidad laboral que defienden los populares. Con incentivos tan modestos, nadie termina de vencer el miedo a hacer circular su dinero, por si la crisis se lo lleva por delante. Hasta que un día, inopinadamente y sin que se sepa muy bien por qué, dicho miedo se empiece a olvidar.

Más que por esquemas liberales o socialdemócratas, la economía se rige por pura teoría de juegos y ahora estamos en pleno dilema del prisionero. Lo mejor para todos sería que los bancos financiaran, las empresas contrataran y los ciudadanos consumieran, pero, no sabiendo cómo van a actuar los demás, nadie se atreve a dar el paso y romper el equilibrio de Nash. Lástima que seamos tantos para ponernos de acuerdo, porque ése es el único consenso que hace realmente falta.

 

 

 

Referencias y contextualización

El lunes 9, el PP de Castilla y León ofreció al PSOE un acuerdo sobre cinco bloques para consensuar medidas contra la crisis económica. Era la aplicación al ámbito autonómico de un pacto de Estado que se venía proponiendo insistentemente, al estilo de los pactos de La Moncloa que hicieron posible que la Transición sobreviviera a la crisis económica de entonces. De momento, el PSOE se proponía salir de la crisis con inyecciones estratégicas de dinero público, mientras que el PP defendía la rebaja de impuestos y la flexibilización del mercado laboral.

La teoría de juegos estudia las interacciones entre distintos actores y las estrategias que éstos emplean o deberían emplear en tales situaciones. El dilema del prisionero es una situación característica de dicha teoría, en la que a dos sospechosos de haber cometido un delito les convendría ponerse de acuerdo en no confesar, pero, estando incomunicados uno del otro, a cada uno por separado le conviene confesar. El equilibrio de Nash es aquella situación en la que ninguno de los actores sacaría beneficio de cambiar su estrategia si no la cambiaran a la vez los demás.

Otros artículos sobre la crisis económica son "Yo quiero ser constructor", "Eso no es la crisis", "Los bancos, únicos responsables de sus riesgos", "Inyecciones de liquidez", "El capitalismo se refunda" y "Gestos e impuestos".

 

 

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