29 junio 2005
Enfrente y detrás de Cataluña
 

Más de uno se sorprendería al enterarse de la última novedad que la Junta se propone introducir en la reforma del Estatuto: una comisión bilateral para negociar con el Estado los temas que nos incumban. ¿Una comisión bilateral, se preguntarían atónitos? ¿Pero no era eso lo que criticábamos a los catalanes, que pretendían negociar bilateralmente los presupuestos, la financiación sanitaria y la reforma de la Constitución, como si la Generalitat pudiera hablar con Moncloa de igual a igual?

Lo cierto es que no es la primera vez ni la segunda que Castilla y León se sitúa sucesivamente enfrente y detrás de Cataluña en las reivindicaciones autonómicas. En realidad, casi desafía a la naturaleza heracliteana del tiempo la insistencia con que se ha repetido en la Historia la misma mecánica: primero Castilla y León se opone frontalmente a las pretensiones centrífugas de Cataluña y, a continuación, cuando Madrid cede y la descentralización se presenta como un hecho consumado, deduce que tiene que subirse al tren en marcha y reclamar lo mismo para no quedarse atrás y verse perjudicada por la mayor audacia de los catalanes.

Ocurrió en 1914 tras la declaración de la Mancomunitat y otra vez en 1932 y 1936, cuando los gobiernos republicanos de izquierda aprobaron el Estatuto catalán. A nadie se le escapa tampoco que la fundación de nuestra entidad política regional, cuyos aniversarios celebramos de cuando en cuando con tanta pompa y jolgorio, no fue más que una componenda para diluir la sal gorda de los nacionalismos en un salomónico café para todos.

Ahora, el enésimo tirón de la periferia ha vuelto a embarcar a la izquierda en la búsqueda de otra “solución definitiva” y, subsidiariamente, ha sacudido a nuestra apacible región central, que, tras demostrar cómo le duelen las costuras de España en el litigio del Archivo, mimetiza las ocurrencias catalanas en detalles tan nimios como el de esta comisión bilateral.

Más difícil será imitar a los catalanes en la maldita asignatura pendiente de la conciencia regional. Y es que ya Unamuno dijo que el regionalismo castellano, cuya única lealtad auténticamente sentida es la que profesa a España, no consistía en nada más que en puro anticatalanismo. En 1936, como vio con admirable perspicacia Jesús Palomares, el incipiente castellanismo fue fagocitado por la sublevación de la derecha, que satisfacía de sobra las emociones antinacionalistas de los castellanos. Y así perdió su oportunidad de estimular un espíritu identitario homologable al catalán, el vasco o el gallego. Quienes agitaban banderas regionales en la manifestación de Salamanca defendiendo la integridad de España no debían de saber estas cosas.

 

 

Referencias y contextualización

La Junta de Castilla y León, que se encontraba en pleno proceso de elaborar un proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía, dentro del clima generalizado en esa dirección que se vivía en toda España como consecuencia de las iniciativas catalana y vasca y el intento de apaciguarlas del Gobierno socialista, había anunciado su intención de formar una comisión bilateral con el Estado a modo de foro para discutir los problemas que afectaran a sus intereses. Una relación muy similar es la que había pretendido alcanzar Cataluña en temas sensibles como los aquí citados, para escándalo de amplios sectores de la opinión pública española.

La Mancomunitat de Cataluña fue una institución autonómica para la admiistración de bienes y servicios que permaneció vigente entre 1914 y 1919 tras la aprobación de la Ley de Mancomunidades por el Gobierno de Antonio Maura. Aunque en principio fue promulgada para que cualquier región española solicitara constituirse como mancomunidad, al final sólo Cataluña logró culminar el proceso. Castilla, tras protestar contra la ley, pidió la misma consideración para evitar verse perjudicada por los posibles privilegios que reportaría para Cataluña; eso sí, aclarando que por lo que a ella respectaba, no tenía ninguna intención de separarse de España. Algo similar sucedió durante la II República tras la aprobación del Estatuto de Autonomía para Cataluña. Jesús María Palomares, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, ha estudiado en diferentes obras y artículos esta paradójica situación.

Sobre la manifestación que recorrió Salamanca el sábado 12 en defensa de la integridad del Archivo de la Guerra Civil contra las reivindicaciones de documentos cursadas por la Generalitat, ver "Va a ser que nuestro enfado es político".

 

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