24 febrero 2013 |
Entre ceja y ceja |
Desde el vuelco electoral de 2004, ha prendido en media España una ferviente ojeriza por los actores y otros representantes del mundo del cine, que hicieron piña por Zapatero espoleados por la Guerra de Irak, y a partir de ahí, han venido exhibiendo con bastante ostentosidad su aversión y su desprecio por la derecha política y social. Las palabras del alcalde de Valladolid son sólo un episodio más de un enconamiento que, alimentado por ambas partes, ha llegado a un punto de no retorno en el que todo lo que diga cualquiera de ellas podrá será interpretado en sus respectivos públicos como legítima defensa, y justificarse con un desdeñoso y sañudo "donde las dan, las toman". Yo, honestamente, no identificaría a los actores como intelectuales. Si acaso podría hacerlo con los guionistas y los directores, pero aprender e interpretar un papel no requiere grandes dosis de raciocinio crítico. Naturalmente, muchos actores lo serán y otros muchos no, igual que ocurre en el gremio de los abogados o en el de los carteros. Pero, en cualquier caso, el discurso ideológico que manejan la mayoría de ellos suele ser tan parcial, simplista, maniqueo y estereotipado que a mí, personalmente, no me interesa nada. Ahora bien, eso no implica dar necesariamente la razón a quienes toman cumplida venganza de "los de la ceja" teniéndolos entre una y otra. A los actores se les critica, por una parte, que vayan y presuman de rojos cuando muchos son millonarios. Pero, al margen de que aprovechar el micrófono que te ha regalado la suerte para defender honestamente tus ideas me parece más meritorio que inhibirse y limitarse a gozar de la riqueza y la fama, ser de izquierdas no obliga a renunciar al dinero. En realidad, si me apuran, eso tendrían que hacerlo los cristianos. A diferencia de la religión, el socialismo no propugna la caridad, sino la redistribución de la renta por medio de la recaudación de impuestos. Por tanto, quienes lo traicionarían serían sólo los que, como sugirió Cristóbal Montoro y recogió Javier León de la Riva, se buscan triquiñuelas para acogerse a una fiscalidad más favorable. En otras acusaciones, el alcalde de Valladolid estuvo menos afortunado. Por ejemplo, ser propalestino no es incompatible con dar a luz en un buen hospital sólo porque sea judío; parece razonable que uno esté en contra de quienes ordenan o cometen abusos contra gente indefensa y no haga extensivo su reproche a los gerentes, médicos o enfermeros que comparten etnia y religión con los primeros. Respecto al Sahara Occidental, puede que León de la Riva tenga razón en que los actores no fueron tan beligerantes cuando gobernaba el PSOE, pero muchos sí criticaron la indiferencia del Ejecutivo de Zapatero. Y el PP también era mucho más prosaharaui cuando estaba en la oposición que ahora que sostiene al Gobierno y es consciente de que por pura realpolitik conviene llevarse bien con Marruecos. Por otra parte, a los cineastas se les acusa con ferocidad de vivir de la subvención. Seguramente muchos lo hagan. Pero más peligrosa es la idea, cada vez más extendida en España como consecuencia del enfrentamiento ideológico, de que la categoría de una película se mide en taquilla. "Que hagan buenas películas que conecten con el público", se dice, y así no habrá que subvencionarles". En realidad, tanto entre los éxitos como los fracasos comerciales existen bodrios y obras maestras, pero, de ser algo, la relación entre la calidad y la recaudación tiende más veces a ser inversamente proporcional. La pena es que la calidad artística no sea una magnitud cuantificable y objetivable. Porque lo que sí que es doloroso es que películas que apuestan claramente por la taquilla y se forran con el libre mercado también reciban subvenciones detraídas de los impuestos de los ciudadanos.
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Referencias y contextualización Las declaraciones del alcalde de Valladolid que glosa este artículo pueden leerse aquí. |
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