10 marzo 2013
La moción y la censura
 

 

Cualquier moción de censura es un procedimiento más bien cutre por el que varios partidos descubren de repente que tienen un programa o un diagnóstico político en común con el único objetivo de desalojar al que ganó las elecciones; nada glorioso que justifique, por ejemplo, mantear al nuevo alcalde para festejar la faena que le hizo al anterior. Pero el caso es que la ley la permite, como ampara alianzas postelectorales contra natura que los contrayentes explican apelando sin sonrojo a los réditos obtenidos a cambio, o bien al objetivo genérico de la “gobernabilidad”, que se garantizaría igualmente no boicoteando desde la oposición al gobierno en minoría.

Sucede que en la de Ponferrada concurrió el agravante del acoso sexual, tema sensible que siempre se considera motivo suficiente para poner la censura en el cielo. Además, tuvo la aleatoria genialidad de coincidir con el Día Internacional de la Mujer; una jornada en la que yo, si tuviera tal condición, me travestiría de hombre por unas horas sólo para protestar contra la creencia y la condescendencia de que la identidad femenina tiene algún mérito o contenido intrínseco, más allá de menudencias biológicas como en el varón sería la de criar barba. Si fuera mujer, me rebelaría contra ese empeño, machista en último término aunque lo abanderen feministas, de agruparme con medio mundo únicamente por el hecho de compartir sexo con ellas, en vez de considerarme un individuo como ocurre con los del masculino.

Se ha puesto tanto énfasis en la fecha que parece como si la supuesta ofensa del PSOE a Nevenka Fernández fuera doble por coincidir con la efeméride. Cuando, en realidad, en este asunto sólo hay dos ultrajes a la decencia: que Ismael Álvarez dimita como concejal un día después de propiciar la moción como si ésta fuera el culmen de su trabajo en la legislatura y quién sabe si de su carrera política, y que el PSOE pacte la renuncia con él y de esa forma se sienta más legitimado a tomar el control del Ayuntamiento con el voto de su suplente y sus cuatro compañeros de IAP, que evidentemente obtuvieron su acta por formar parte de la lista electoral que encabezaba el exalcalde.

Es curioso que tanto la censura externa como la autocensura socialista crean deslegitimador el apoyo de un tío a quien se condenó por acoso hace 11 años, tras obsesionarse como tantos despechados por prolongar una relación que fue consentida en principio. Si ese delito, como otros muchos, no inhabilita a nadie para desempeñar un cargo público, una vez electo se supone que ya representa a los ciudadanos que le han elegido, y por tanto su voto en la moción es tan válido y decente como el de cualquier otro. De lo contrario, todas las votaciones parlamentarias tendrían que contabilizarse ponderando el valor de cada voto según el currículum ético de su emisor. Es lo que tienen las ficciones de la corrección política: que pueden colar si nos las venden cada una por separado, pero si contrastas dos se hace patente que, al menos, una de ellas es falsa.

 

 

 

Referencias y contextualización

El viernes 8, el concejal del PSOE Samuel Folgueral alcanzó la Alcaldía de Ponferrada tras una moción de censura en la que los socialistas se aliaron con Independientes Agrupados de Ponferrada (IAP), partido encabezado por el exalcalde Ismael Álvarez, que en 2002 fue condenado por acoso sexual a su concejal Nevenka Fernández (sobre este asunto puede leerse el artículo "Tribunal popular"). Sus partidarios le mantearon para celebrar el evento.

El PSOE quería que Álvarez dimitiera de su cargo, como así terminó haciendo, para que el voto decisivo de la moción no fuera el suyo sino el de suplente, pero el tema del acoso, agravado por el hecho de que la moción tuviera lugar el Día Internacional de la Mujer, provocó quejas en el seno del propio partido, y su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, exigió a Folgueral que abandonara la Alcaldía o el PSOE; al final, el mismo día que se publicó este artículo él y otros siete concejales socialistas se decantaron por la segunda opción para mantener el poder.

 

 

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