30 noviembre 2005 |
Evolucionismo mercantil |
La vieja metáfora del capitalismo como una jungla en la que sólo sobrevive el más fuerte, a estas alturas ya vacía por efecto del uso de toda potencia expresiva y convertida en tópico, adquiere una nueva dimensión si se precisa el término común que hace posible la imagen. Porque en los ecosistemas no prosperan los más fuertes, sino los seres casualmente mejor equipados para adaptarse a una determinada coyuntura, que pueden coincidir con los más fuertes o no hacerlo. Aunque el matiz no haga menos injusto el sistema, esta semana hemos tenido en Castilla y León dos ejemplos de que en el mercado ocurre lo mismo. En el lado de los afortunados supervivientes se sitúan los vinos espumosos de Rueda, que, careciendo del poderío industrial y comercial del cava, se han beneficiado del retroceso catalán al pleistoceno de los ancestros patrios y han ocupado para parte de la clientela navideña el nicho superior de la cadena alimentaria que usualmente correspondía al dinosaurio Freixenet. Como en la teoría que propuso Darwin en oposición a Lamarck, los productores vallisoletanos no han desarrollado una estrategia de mercado para explotar una situación (de hecho, ya no pueden aumentar la oferta de un producto que requiere meses de elaboración), sino que les ha favorecido su carácter genético de no-catalán, un rasgo innato muy apropiado para pescar en el revuelto ecosistema en que vivimos. Ese rasgo pasará indudablemente a sus descendientes, como describía Darwin, si bien las mutaciones políticas son mucho más trepidantes que las biológicas, y el evolucionismo mercantil no garantiza que el año que viene se vaya a volver a repetir una oportunidad así de propicia. El condenado irremisiblemente a la extinción es, por supuesto, el sector azucarero. En eras recientes, estuvo bastante bien dotado para sobrevivir, primero porque podía alimentarse de una cuota de mercado más o menos garantizada y luego por el nutriente de las subvenciones europeas. Pero el entorno se transforma, aquellos tiempos sólo han dejado tras de sí muestras fósiles poco dúctiles a la reconversión, y ya escribí una vez que ni la izquierda ni la derecha tienen en su ideario argumentos para oponerse al fatal desenlace. Lo que sí que deberían hacer el PP y el PSOE es tomar nota de cómo funciona la mecánica evolucionista para anticiparse a la extinción de otros colectivos. La Junta, por ejemplo, escuchando a ese geógrafo que le recomienda no empeñarse en repoblar las zonas rurales, carentes de atractivo para los ejemplares jóvenes de este período paleontológico, sino intentar hacer de Valladolid la verdadera capital de la región y el refugio de sus licenciados, que hoy más que nunca sigue siendo Madrid. Y el PSOE, proponiendo alguna alternativa más suculenta que ésa de ayudas económicas que ha presentado para los jóvenes que fomenten los oficios tradicionales. No es una cuestión de modernidad, esnobismo ni renuncia a las propias raíces. Es, simplemente, hacer lo que hacen sin darse cuenta todas las especies animales que terminan sobreviviendo: buscar un nicho que les permita prósperar en el ecosistema real de hoy.
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Referencias y contextualización El boicot a los productos catalanes que se extendió por buena parte de España a través de mensajes de correo electrónico en represalia por la aprobación del proyecto de nuevo Estatuto de Autonomía derivó parte de la clientela del cava catalán a los vinos espumosos de Rueda (Valladolid), que un mes antes de Navidad ya habían agotado sus existencias. Por su parte, y a pesar de que la UE decidió aplazar dos años el descenso de los precios y el fin de las ayudas al sector azucarero, agricultores y otros trabajadores salieron a la calle esta semana para reclamar una mayor atención a la posición en la que quedaban. Sobre el recorte progresivo de las subvenciones de la UE a la agricultura, se puede leer también "La derecha, la izquierda y las ayudas europeas al campo". El biólogo Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829) formuló una de las primeras teorías evolucionistas, que suponía que las especies desarrollaban nuevas morfologías como respuesta a sus necesidades de adaptarse al entorno. Charles Darwin (1809-1882), sin embargo, puso de manifiesto que unas modificaciones así adquiridas no podrían pasar genéticamente a los descendientes, como de hecho sucede; por ello, apuntó que las mutaciones son de carácter genético y son fruto del azar, y sólo después se demuestra que eran las mejor adaptadas para la supervivencia. |
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