19 junio 2011 |
Franquismo autoritario |
Para que la Comisión Científica a quien el PSOE propone encomendar la revisión del Diccionario de la Academia de la Historia fuera de alguna utilidad, habría que pasar primero por el trago de ver a Franco imitando a ese anciano que, tras 25 años dándosele por muerto, ha aparecido vivito y coleando en la Unidad de Psiquiatría del Hospital de Ávila. Ante la imposibilidad de reencarnar el pasado para someterlo a pruebas de laboratorio, no se puede pedir a la Historia que sea una ciencia; habrá que conformarse con que siga siendo una narración subjetiva e interpretativa construida sobre términos y categorías convencionales. Partiendo de esa base, hay que reseñar que Luis Suárez, a quien no tengo precisamente como autor de cabecera, no es el primero que define al franquismo como régimen autoritario y no totalitario. Pese a que apologetas y revisionistas la hayan repicado con fervor, la distinción la acuñó una autoridad mundial tan poco sospechosa como Juan José Linz, catedrático en Yale y Premio Príncipe de Asturias 1987. Linz, a grandes rasgos, entiende que un sistema totalitario es sólo aquél donde un partido único domina el Estado y las instituciones civiles y regula hasta la forma de vivir y pensar de la población. Falange nunca llegó a ser tal cosa. Como Azaña pronosticó en 1937, la derecha española no iba a ser capaz de instaurar un régimen fascista revolucionario como el italiano o el alemán, sino que impondría uno autoritario al modo tradicional, dominado por el ejército y la Iglesia. Ese año, Franco fusiona a los falangistas con los carlistas, neutralizando así su núcleo doctrinal, y a partir de ahí maneja en todo momento las cuotas de poder y los virajes ideológicos con el único objeto de conservar su gobierno personal, que, eso sí, aunque Suárez lo eluda sólo puede describirse como una dictadura ilegítima, represora y asesina. Por tanto, según la categorización de Linz, que es tan arbitraria como otra cualquiera pero ha obtenido más predicamento que ninguna, el franquismo fue un sistema autoritario. Sin embargo, la izquierda no debe entrever en el adjetivo ninguna exculpación o mitigación del carácter del régimen, pues sólo revela que el general fue un tipo tosco, carca, ególatra, oportunista y sin ideas ni concepciones globales como sí tuvo, por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera. Mi única duda en este debate es si, aunque la Iglesia no fuera propiamente un partido político, el nacionalcatolicismo no desempeñó de facto el papel totalizador que no logró arrogarse el fascismo. Al menos hasta que el Concilio Vaticano II y el desarrollismo empiezan a romper el caparazón, es un hecho que la religión entendida como esencia y misión de España se imbricó en la vida privada, monopolizó las conciencias desde la escuela y determinó una concepción única de la familia, la sociedad y el país.
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Referencias y contextualización El martes 14, el PSOE trató de que la Junta de Portavoces del Congreso de los Diputados aceptara discutir en el Pleno de la semana siguiente la proposición no de ley que había registrado para que una Comisión Científica revisara y mejorara el Diccionario Biográfico Español que acababa de publicar la Real Academia de la Historia. Al no haber sido calificada aún por la Mesa, el PP y el Grupo Mixto aplazaron una semana más el debate parlamentario sobre la la sonora polémica provocada por el Diccionario por entradas como la dedicada a Francisco Franco, que, firmada por el excatedrático de la Universidad de Valladolid Luis Suárez, definía el franquismo como régimen autoritario pero no totalitario y eludía hablar de dictadura y represión contra sus adversarios políticos. El resto de grupos de la izquierda también habían criticado a la Academia por este particular.
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