28 julio 2013
Galicia y su patrono
 

 

El que las desgracias nunca vengan solas no es justificación suficiente para que hoy repita para hablar de la tragedia del tren de alta velocidad en Santiago de Compostela la mayor parte de las cosas que ya escribí hace 15 días acerca del accidente del autobús de Ávila. Por eso, no reiteraré reflexiones sobre la falta de responsabilidad de quien objetivamente no ha podido elegir evitar una catástrofe y otras distorsiones que nos ha inculcado el Derecho. Pero lo cierto es que no hay grandes diferencias entre ambos sucesos: en la cabeza de un conductor que corrió demasiado o que se despistó un minuto acaso por primera vez en su vida, igual que en la de otro que se durmió al volante, nunca llegó a dibujarse el menor temor de lo que se les estaba viniendo encima. Así que no tuvieron ocasión de impedirlo.

Tampoco hay diferencias entre el sufrimiento y el desconcierto que nos embargan a los seres humanos ante las distintas calamidades que nos sobrevienen, ya viajen éstas en tren o en autobús, o tengan a mal apearse en Santiago o en Ávila. Por eso, me asombra la puerilidad de la gente que cuelga en las redes sociales mensajes de apoyo, solidaridad o luto por “Galicia”, como si los 28 muertos gallegos representaran una proporción significativa de su población que justificara la metonimia, como si fueran gallegos antes que individuos y como si el resto de gallegos tuviera algún motivo para sentir más dolor por ellos que por los 50 restantes que procedían de otras regiones, incluidos los 11 de Castilla y León, por lo visto ajenos al homenaje.

Ante una tragedia como ésta, uno necesitaría encontrar una culpa de tamaño equivalente al estupor gélido de 78 familias a las que les parecerán poco menos que surrealistas estas bizarras dedicatorias a una región. Pero no la hay. Al menos, no en el maquinista. Cualquier ser humano parece una víctima más en cataclismos cósmicos como éste. Si fuera por negligencias, habría que exigir el cese fulminante de Santiago como santo patrono, porque a un tío designado para pedirle cosas porque se supone que interviene en la realidad, o no puede hacerlo y debe asumir la eliminación de altos cargos superfluos para reducir gasto público, o merece ser destituido por tan grave dejación de sus responsabilidades. Y, sin embargo, a nadie se le ocurre proponerlo, porque, en el fondo, hasta los creyentes saben que la oración y la intercesión de los santos son una frivolidad folklórica que no merece tomarse en serio, ni para bien ni para mal. El cielo ya no sirve ni para desahogarnos de la impotencia.

 

 

 

Referencias y contextualización

La noticia a la que hace referencia el artículo es ésta. El conductor del tren reconoció ha ante la Policía haberse excedido de velocidad, aunque sus compañeros le achacaban hasta ahora fama de lento. Ante el juez añadió que había recibido una llamada telefónica de un interventor de Renfe que le distrajo.

 

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