23 febrero 2011 |
Hemiciclo lunar (El 18-R) |
A este lado del Mediterráneo, la pleamar nos vuelve a traer otra efeméride del 23-F, y, con ella, un nuevo botín de testimonios y sospechas que quedaron en las profundidades cuando los dioses guardianes de la democracia decretaron un prudente reflujo de los escombros del asalto al Hemiciclo. Al otro, es el día 18 del mes de Rabi al-Awwal, y la tormenta aquí amainada se abate sobre los países de la media luna. Aún no está claro qué deidades forjará, pero puede darse por seguro que serán sus vates quienes escriban la epopeya y quienes supriman los versos sueltos. En esta margen del Mediterráneo, la periódica marea de los aniversarios asedia otra vez los muros de arena de ese castillo de cuento en el que un rey bueno defendía la libertad de sus vasallos y el ejército era fiel a su señor. En la otra, monarcas y militares todavía sopesan fines e intereses, fuerzas y lealtades, reforma y ruptura, la debilidad interna de una cesión frente al descrédito internacional de una masacre. Aquí y ahora, el orientalismo occidental alberga dudas sobre si los musulmanes serán suficientemente maduros para instaurar una democracia o si sus genes les incapacitan para otro cambio que no sea el de un sátrapa por un ayatolá. Hace años, a ambas orillas del Atlántico Norte también se pensaba que la esencia española era romántica, impulsiva, cainita; por eso la dejaron varias décadas al buen recaudo de un dictador aliado y luego tutelaron una transición que veían condenada a volver a las andadas. A este lado del Mediterráneo, terminó perdurando la leyenda de un pueblo que ansiaba ser libre y similar a su entorno, pero, si el desenlace del 23-F hubiera sido otro, habría quedado una exégesis igualmente honorable de un país celoso de su autenticidad y su tradición frente a la injerencia extranjera. A ultramar, este 18-R aún no es capaz de anticipar adónde se dirige esta historia que luego reescribirá la Historia. Aunque queramos pensar que sí, no lo garantizan los gritos de una multitud, que llenó la Plaza Tahrir pero también llenó la de Oriente; ni tampoco de qué lado estén cayendo los muertos, que los ponen los demócratas libios igual que en su día los puso el ejército español.
|
Referencias y contextualización El 23 de febrero se cumplieron 30 años del intento de golpe de Estado que quedó en secuestro durante medio día del Congreso de los Diputados. Algunas publicaciones editoriales y periodísticas de las últimas semanas habían vuelto a poner en duda que el Rey se limitara a parar el golpe y no supiera nada con antelación. Mientras tanto, continuaba en Libia el movimiento presuntamente democrático que había derribado ya los gobiernos de Túnez y Egipto, y del que ya había habido ráfagas en otros países musulmanes. En Europa y EEUU, se temía que dichos países no estuvieran suficientemente maduros para una democracia y que los fundamentalistas islámicos aprovecharan, como hicieron en Irán en 1979, el derrocamiento de gobernantes autoritarios que, sin embargo, eran aliados de Occidente y habían reprimido a los integristas en sus países. Orientalismo es el título de un célebre ensayo de Edward Said que critica la visión que tiene Occidente de Oriente como un territorio exótico, inmutable, monolítico e irracional, pues estima que se trata de un estereotipo que le ha valido al primero para autoarrogarse la definición de civilización racional por oposición al segundo. La plaza Tahrir, en El Cairo, fue el principal escenario de las movilizaciones de la revuelta egipcia; la plaza de Oriente, en Madrid, es donde se reunían los seguidores del dictador español Francisco Franco para vitorear sus discursos. El golpe de Estado del 23-F tuvo entre sus motivaciones expresas los continuos asesinatos de militares españoles a manos de la banda terrorista ETA en los años 1979 y 1980.
|
|